Os dejo,junto a la tercera parte y final de PORCIA, mi mejor deseo de felicidad. Vamos a dejar atrás los ratos malos que nos haya podido traer este 2008 que se despide y abracemos con esperanza este 2009 que ya mismo nos llega.
Sé que mi relato ha sido algo largo, pero una vez iniciado, me animaron muchos de vosotros a que continuase y no lo dejara sin final. Espero que como llegan vacaciones,pues podáis estar más tiempo ante el ordenador y así que lo acabéis.
No dejad de visitar a VICTOR ROCCO, un bloguero, muy sencillo en formas pero buen escritor y con sensibilidad que lo está pasando mal...¿Cómo se puede ayudar en estos casos? La palabra, a veces, hace grandes remiendos en los agujeros de la pena. Lo decía mi abuela y es de fácil aplicación.
¡¡Muchas Felicidades a tod@s!!
(Continuación)
Claro que...tendría que acostumbrarse a llevar apreturas de corsé. La cinturilla de la faja era posible que ahora la notara con algo de incomodidad asociada a la rigidez de las pequeñas ballenas. Al girarse, intentaba hacerlo muy despacito, porque esas mismas ballenas, parecían no obedecer y se quedaran inmóviles imponiendo un eje vertical a sus caderas. Tampoco era para descuidarse con el bonito sostén de raso que le había dibujado la preciosa silueta...¿Necesitaría una talla más como había apuntado la impertinente dependienta? ¿La cuarenta tal vez? Se quitó aquella idea de la cabeza como si se tratase de un mal pensamiento y siguió satisfecha su camino balanceándose sobre los elegantes tacones de aguja.
Pero el caso era que poco a poco, entre la sujeción de los omóplatos con los tirantes cruzados, la espaldilla rígida, el aro metálico y el relleno de copas, comenzó a notar un tremendo malestar con cada paso que daba que la iba llevando al martirio más terrible. La opresión de aquella prenda de lazos tensados clavándose en la carne, fueron cada vez más molestos hasta parecer unos cilicios de penitencia.
Tuvo que aspirar profundamente tres o cuatro veces porque parecía que el aire no le llegaba bien a los pulmones y cada vez que lo hacía, al ensanchar el tórax, un pequeño sonido a descosidos, le decía que algo se estaba rompiendo por sus prendas interiores o eran las venas de su pecho que reventaban. La respiración se le hizo jadeante y comenzó a sudar. La vista se le fue nublando y la saliva huyó de su boca. Todo lo que notaba eran flagelos incrustados en su piel.
Tan mal se encontraba en unos minutos, que se sintió morir. -Tengo que llegar hasta el coche...- se dijo – Tengo que desnudarme antes de que muera en la calle...” Pero cada vez le parecía estar más lejos del lugar donde había aparcado y de no llegar nunca.
La feliz idea de buscar la clínica de su amigo que le quedaba mas cerca que su vehículo, le dio ánimos para seguir andando. Marcos era como su hermano, y aunque ahora solo se veían cuando pasaba por su casa para visitar a Lucía, que era su madre y que seguía siendo la cocinera de la casa, era su amigo del alma.
Lucía, que había tenido un desliz en las fiestas de su pueblo, encontró en Don Catón y su esposa un amparo a su preñez y posterior maternidad que le hizo poder criar a su pequeño con todas las comodidades de un hogar feliz aunque tuviera que ceder con ello algún que otro derecho sobre su hijo.
-Se llamará Marco Bruto – dijo don Catón cuando nació el niño, tajante y emocionado, ante la idea de que iba a formar en su casa todo un cuadro de aristocracia imperial romana.
-Nada de Bruto – intervino su esposa que algo sabía de historia – que era un desagradecido para el César...Y además se casó con Porcia y, francamente, no quiero que las cosas se repitan...Le llamaremos Marcos, que se parece al primer nombre pero nada más.
Y con esa obsesión, cuando los niños casi de una misma edad empezaron a salir de la infancia, ya se encargó de convencer a su marido para que Marcos se fuera a un buen colegio interno y durante las vacaciones, Porcia con sus papás al Balneario de Archena en navidades y a La Manga del Mar Menor en verano.
-Quédate, Lucía, en casa y disfruta de tu hijo aquí. Seguro que vais a estar más cómodos...Me las apañaré como pueda en la cocina durante las vacaciones.
Y con este razonamiento caritativo a la cocinera, evitaba que los dos muchachos se vieran ante el peligro que ello entrañaba para sus planes.
Marcos se había hecho un buen mozo. Tenía un mentón fuerte y unos ojos penetrantes. Era inteligente y emprendedor y buena persona sobre todo.
-Mamá- preguntaba la joven e ingenua Porcia- ¿verdad que Marcos es muy guapo?
-Tiene cara de águila, nena. Y demasiado alto...
-Y es listo. Ha aprovechado vuestra ayuda.
-Solo es dentista, hija. Hasta que se haga un patrimonio, puede hacerse viejecito...
-¡Lo quiero tanto, mamá! Y...yo no he estudiado nada.
- Tu eres una señorita y no te hace falta estudiar y él es como tu hermano...- Y esto lo recalcaba como para dar a entender a su hija la imposibilidad de otra cualquier relación.
Porcia llegó lacerada hasta la consulta justo cuando Marcos había finalizado con el último paciente y se despojaba de la bata para salir. Se alarmó ante la lividez de la muchacha y se apresuró a tenderle las manos intuyendo que estaba cerca de desplomarse.
-¡Ay, querido Marcos, qué mal vengo!
-No me asustes, Porcita, ¿qué te ocurre, cielo? ¿Te has enfadado con tu madre?¿has tenido algún accidente?¿te duele algo?
-¿Que si me duele algo?...¡¡Me estoy muriendo!!
Y se quedó tendida en el suelo sin darle tiempo a llegar a la camilla. Cuando pudo recuperarse, se encontró entre los brazos poderosos de Marcos que la mecía como a un bebé sentado junto a ella en el parqué y que le pegaba las mejillas a su pelo buscando ofrecerle un amparo que estaba seguro necesitaba la muchacha.
-No me muevas, Marcos, o tendré que ponerme a gritar - dijo cuando pudo hacerlo – Se me están clavando las ballenas y la cinturilla elástica de una faja que acabo de estrenar. El sostén me oprime las tetas y me las levanta como si fueran a suplantarme las anginas. Tengo las paletillas en carne viva como si me hubieran flagelado y la saliva hace tiempo que se me ha secado del dolor y casi no puedo hablar.
Se quedó el dentista inmóvil y sorprendido entendiendo que con su balanceo, solo podía acrecentar el sufrimiento de la chica. Luego, su gesto se volvió curioso y hasta se hubiera reído si no fuera porque su amiga seguía lívida como una muerta.
-Ayúdame, Marcos – volvió a hablar la muchacha con cierto pudor bajando algo más la voz de lo que ya la había bajado porque no podía mantenerla en un tono normal -tienes que quitarme esta faja, sacármela y tirarla a la basura y, luego, por favor, tienes que desabrocharme el sostén o cortarlo por donde puedas porque ya ni las manos puedo llevar hasta la espalda. Quiero respirar bien cuanto antes y seguir aquí en tus brazos porque me siento morir...- dijo rompiendo a llorar.
Comenzó el muchacho alarmado a meter las manos aquí y allá tratando de actuar de la forma más natural posible dada su estricta formación de caballero y pudo ver cómo se habían incrustado en las carnes de su amiga los tirantes, las gomas y hasta las pequeñas ballenas que ahora parecía que fueran escamas sin relieve dibujadas en las caderas y la cintura. Viendo todo aquello y algo nervioso le fue invadiendo un gran sentimiento de compasión.
-Pero...¿qué necesidad tienes tu de todo ese martirio, Porcita?- dijo mientras la abrazaba de nuevo una vez que le había ayudado a quitarse todo aquel suplicio.
-Se me está haciendo una barriga que no me había visto nunca...
-Imposible...Gases. Son gases, cielo, no justifica que te hayas colocado esa sujeción de cemento.
-Se me está descolgando el pecho. Ya no es el de una jovencita...No me va a querer nadie – volvió a sollozar.
-Porcia...La apretó contra él un poco más y visiblemente emocionado – A ti te puede querer cualquiera.
Ahora Porcia, levantó la vista hacia su amigo. Había notado algo en sus palabras que lo alejaba del tono fraternal que casi siempre había usado para ella. Ni siquiera lo advirtió unos momentos antes. Estaba turbado. Un apretón de estómago y no precisamente por la faja que ya no llevaba, la inundó. Prefirió guardar silencio. Él continuó:
-De no haber sido por tu madre, las cosas hubieran sido distintas para ti...para muchos...No estarías sola, mi vida, observando fantasmas en tu precioso físico.
Porcia calló unos instantes y quiso disculpar y entender lo que estaba pasando. De pronto, todo un mundo de color se instaló en sus pupilas y el pecho volvió a pesarle como si no se lo hubiera liberado. Volvía a no respirar bien del todo.
-Mamá siempre ha querido lo mejor para todos – quiso disculpar por decir algo.
-Si, como cuando cogí una pulmonía por su manía de mandarme en calzoncillos a la terraza y así que ella supiera cómo vestirse según el frío que hiciera...O evitar que visitase a mi madre los fines de semana para que no te viera a ti en la casa...O mandarme a la buhardilla con enredos y poca luz a estudiar lejos de donde estabas...
-No sabía...dijo ella abriendo muchos los ojos mirándolo con ternura - Es que eras un niño.
-Solo tengo tres años menos que tú...y no he dejado de quererte ni un solo día pero ella...
Ahora se levantó del suelo Porcia y no sabía como reaccionar. Veía a Marcos distinto y lo que le estaba diciendo la conmovía hasta hacerle temblar.
-Pero mamá...
-Tu mamá nos ha dejado solos. Mírate, queriendo subir tus tetas porque crees que ya no eres la misma y yo...solo también porque el día que le dije que iba a declararte mi amor me dijo que eso era incesto...
-¿Eso te dijo la muy bruja? - casi gritó perdiendo sus modales de niña bien -¡No es posible...! Y a mí me dijo que tenías cara de águila cuando le dije que eras guapo...¡Se va a enterar!
-¿Te... lo parecía? ¿Te parecía guapo?
-Bueno...Tu eres guapo y hasta me gustabas, pero eso no se lo dije. Solo que te quería.
La miró entre sorprendido por lo que consideraba una valentía. Luego, volvió a abrazarla y dijo sonriendo:
-Y ahora, ¿qué? ¿Cómo vamos a solucionar esto tan inesperado y que tenía que haber ocurrido hace tiempo?¿Me sigues queriendo?
Porcia estaba en otro mundo...El cielo, quizás. Hacía un momento, aquel chico la había despojado de parte de su ropa interior con la mayor naturalidad y ahora, hasta le gustaba imaginar que lo hubiera hecho con más detenimiento. ¿Qué había sentido él? Se atrevió sin más:
-Sigo pensando igual, querido Marcos...Yo te quiero...
Se había recuperado de pronto del martirio pasado y su cara había vuelto a su tonalidad normal pero ahora con un subido toque rosa en sus mejillas. Se separó un poco de él para acomodarse su faldita y el sueter y se encontró reflejada de nuevo en el cristal del armario donde Marcos tenía todo el material de su profesión. Se vio muy bien esta vez. Guardaba una silueta de pechos pequeños pero bien puestos y con la espalda recta y, con un poco de esfuerzo se mantendría mucho tiempo erguida. Se gustó. No en vano se parecía a papá. Tomaría un laxante y lo de su barriga, arreglado. Se notó sin planearlo con una felicidad repentina e inusitada y en vez del dolor en los omóplatos que la había atenazado, notó como si unas alas angélicas pugnaran por salir de entre ellos. Ya lanzada como estaba volvió a abrazarse al muchacho que la miraba arrobado y añadió:
-Hagamos una locura, querido hermano – se apretó contra él. Vamos a vengarnos de mamá. Sé tu mi sostén y mi guía y que pague y se aguante por estos años perdidos...
-Porcia...Porcita...Porcitilla...Que perderé mi caballerosidad contigo si dices esas cosas – dijo el doctor poniendo los ojos en blanco.
-No, hombre, no, que eso es lo que dice el cura en las bodas...
Y abrazados y besándose permanecieron mucho tiempo antes de salir a recoger el coche y dirigirse a la casa donde ambas madres estaban pero con la idea fija de ocasionar un síncope múltiple a una de ellas.