sábado, 20 de diciembre de 2008

PORCIA.- Tercera parte

Queridos amigos:

Os dejo,junto a la tercera parte y final de PORCIA, mi mejor deseo de felicidad. Vamos a dejar atrás los ratos malos que nos haya podido traer este 2008 que se despide y abracemos con esperanza este 2009 que ya mismo nos llega.

Sé que mi relato ha sido algo largo, pero una vez iniciado, me animaron muchos de vosotros a que continuase y no lo dejara sin final. Espero que como llegan vacaciones,pues podáis estar más tiempo ante el ordenador y así que lo acabéis.
No dejad de visitar a VICTOR ROCCO, un bloguero, muy sencillo en formas pero buen escritor y con sensibilidad que lo está pasando mal...¿Cómo se puede ayudar en estos casos? La palabra, a veces, hace grandes remiendos en los agujeros de la pena. Lo decía mi abuela y es de fácil aplicación.
¡¡Muchas Felicidades a tod@s!!



(Continuación)

Claro que...tendría que acostumbrarse a llevar apreturas de corsé. La cinturilla de la faja era posible que ahora la notara con algo de incomodidad asociada a la rigidez de las pequeñas ballenas. Al girarse, intentaba hacerlo muy despacito, porque esas mismas ballenas, parecían no obedecer y se quedaran inmóviles imponiendo un eje vertical a sus caderas. Tampoco era para descuidarse con el bonito sostén de raso que le había dibujado la preciosa silueta...¿Necesitaría una talla más como había apuntado la impertinente dependienta? ¿La cuarenta tal vez? Se quitó aquella idea de la cabeza como si se tratase de un mal pensamiento y siguió satisfecha su camino balanceándose sobre los elegantes tacones de aguja.

Pero el caso era que poco a poco, entre la sujeción de los omóplatos con los tirantes cruzados, la espaldilla rígida, el aro metálico y el relleno de copas, comenzó a notar un tremendo malestar con cada paso que daba que la iba llevando al martirio más terrible. La opresión de aquella prenda de lazos tensados clavándose en la carne, fueron cada vez más molestos hasta parecer unos cilicios de penitencia.

Tuvo que aspirar profundamente tres o cuatro veces porque parecía que el aire no le llegaba bien a los pulmones y cada vez que lo hacía, al ensanchar el tórax, un pequeño sonido a descosidos, le decía que algo se estaba rompiendo por sus prendas interiores o eran las venas de su pecho que reventaban. La respiración se le hizo jadeante y comenzó a sudar. La vista se le fue nublando y la saliva huyó de su boca. Todo lo que notaba eran flagelos incrustados en su piel.

Tan mal se encontraba en unos minutos, que se sintió morir. -Tengo que llegar hasta el coche...- se dijo – Tengo que desnudarme antes de que muera en la calle...” Pero cada vez le parecía estar más lejos del lugar donde había aparcado y de no llegar nunca.

La feliz idea de buscar la clínica de su amigo que le quedaba mas cerca que su vehículo, le dio ánimos para seguir andando. Marcos era como su hermano, y aunque ahora solo se veían cuando pasaba por su casa para visitar a Lucía, que era su madre y que seguía siendo la cocinera de la casa, era su amigo del alma.

Lucía, que había tenido un desliz en las fiestas de su pueblo, encontró en Don Catón y su esposa un amparo a su preñez y posterior maternidad que le hizo poder criar a su pequeño con todas las comodidades de un hogar feliz aunque tuviera que ceder con ello algún que otro derecho sobre su hijo.

-Se llamará Marco Bruto – dijo don Catón cuando nació el niño, tajante y emocionado, ante la idea de que iba a formar en su casa todo un cuadro de aristocracia imperial romana.

-Nada de Bruto – intervino su esposa que algo sabía de historia – que era un desagradecido para el César...Y además se casó con Porcia y, francamente, no quiero que las cosas se repitan...Le llamaremos Marcos, que se parece al primer nombre pero nada más.

Y con esa obsesión, cuando los niños casi de una misma edad empezaron a salir de la infancia, ya se encargó de convencer a su marido para que Marcos se fuera a un buen colegio interno y durante las vacaciones, Porcia con sus papás al Balneario de Archena en navidades y a La Manga del Mar Menor en verano.

-Quédate, Lucía, en casa y disfruta de tu hijo aquí. Seguro que vais a estar más cómodos...Me las apañaré como pueda en la cocina durante las vacaciones.

Y con este razonamiento caritativo a la cocinera, evitaba que los dos muchachos se vieran ante el peligro que ello entrañaba para sus planes.

Marcos se había hecho un buen mozo. Tenía un mentón fuerte y unos ojos penetrantes. Era inteligente y emprendedor y buena persona sobre todo.

-Mamá- preguntaba la joven e ingenua Porcia- ¿verdad que Marcos es muy guapo?

-Tiene cara de águila, nena. Y demasiado alto...

-Y es listo. Ha aprovechado vuestra ayuda.

-Solo es dentista, hija. Hasta que se haga un patrimonio, puede hacerse viejecito...

-¡Lo quiero tanto, mamá! Y...yo no he estudiado nada.

- Tu eres una señorita y no te hace falta estudiar y él es como tu hermano...- Y esto lo recalcaba como para dar a entender a su hija la imposibilidad de otra cualquier relación.

Porcia llegó lacerada hasta la consulta justo cuando Marcos había finalizado con el último paciente y se despojaba de la bata para salir. Se alarmó ante la lividez de la muchacha y se apresuró a tenderle las manos intuyendo que estaba cerca de desplomarse.

-¡Ay, querido Marcos, qué mal vengo!

-No me asustes, Porcita, ¿qué te ocurre, cielo? ¿Te has enfadado con tu madre?¿has tenido algún accidente?¿te duele algo?

-¿Que si me duele algo?...¡¡Me estoy muriendo!!

Y se quedó tendida en el suelo sin darle tiempo a llegar a la camilla. Cuando pudo recuperarse, se encontró entre los brazos poderosos de Marcos que la mecía como a un bebé sentado junto a ella en el parqué y que le pegaba las mejillas a su pelo buscando ofrecerle un amparo que estaba seguro necesitaba la muchacha.

-No me muevas, Marcos, o tendré que ponerme a gritar - dijo cuando pudo hacerlo – Se me están clavando las ballenas y la cinturilla elástica de una faja que acabo de estrenar. El sostén me oprime las tetas y me las levanta como si fueran a suplantarme las anginas. Tengo las paletillas en carne viva como si me hubieran flagelado y la saliva hace tiempo que se me ha secado del dolor y casi no puedo hablar.

Se quedó el dentista inmóvil y sorprendido entendiendo que con su balanceo, solo podía acrecentar el sufrimiento de la chica. Luego, su gesto se volvió curioso y hasta se hubiera reído si no fuera porque su amiga seguía lívida como una muerta.

-Ayúdame, Marcos – volvió a hablar la muchacha con cierto pudor bajando algo más la voz de lo que ya la había bajado porque no podía mantenerla en un tono normal -tienes que quitarme esta faja, sacármela y tirarla a la basura y, luego, por favor, tienes que desabrocharme el sostén o cortarlo por donde puedas porque ya ni las manos puedo llevar hasta la espalda. Quiero respirar bien cuanto antes y seguir aquí en tus brazos porque me siento morir...- dijo rompiendo a llorar.

Comenzó el muchacho alarmado a meter las manos aquí y allá tratando de actuar de la forma más natural posible dada su estricta formación de caballero y pudo ver cómo se habían incrustado en las carnes de su amiga los tirantes, las gomas y hasta las pequeñas ballenas que ahora parecía que fueran escamas sin relieve dibujadas en las caderas y la cintura. Viendo todo aquello y algo nervioso le fue invadiendo un gran sentimiento de compasión.

-Pero...¿qué necesidad tienes tu de todo ese martirio, Porcita?- dijo mientras la abrazaba de nuevo una vez que le había ayudado a quitarse todo aquel suplicio.

-Se me está haciendo una barriga que no me había visto nunca...

-Imposible...Gases. Son gases, cielo, no justifica que te hayas colocado esa sujeción de cemento.

-Se me está descolgando el pecho. Ya no es el de una jovencita...No me va a querer nadie – volvió a sollozar.

-Porcia...La apretó contra él un poco más y visiblemente emocionado – A ti te puede querer cualquiera.

Ahora Porcia, levantó la vista hacia su amigo. Había notado algo en sus palabras que lo alejaba del tono fraternal que casi siempre había usado para ella. Ni siquiera lo advirtió unos momentos antes. Estaba turbado. Un apretón de estómago y no precisamente por la faja que ya no llevaba, la inundó. Prefirió guardar silencio. Él continuó:

-De no haber sido por tu madre, las cosas hubieran sido distintas para ti...para muchos...No estarías sola, mi vida, observando fantasmas en tu precioso físico.

Porcia calló unos instantes y quiso disculpar y entender lo que estaba pasando. De pronto, todo un mundo de color se instaló en sus pupilas y el pecho volvió a pesarle como si no se lo hubiera liberado. Volvía a no respirar bien del todo.

-Mamá siempre ha querido lo mejor para todos – quiso disculpar por decir algo.

-Si, como cuando cogí una pulmonía por su manía de mandarme en calzoncillos a la terraza y así que ella supiera cómo vestirse según el frío que hiciera...O evitar que visitase a mi madre los fines de semana para que no te viera a ti en la casa...O mandarme a la buhardilla con enredos y poca luz a estudiar lejos de donde estabas...

-No sabía...dijo ella abriendo muchos los ojos mirándolo con ternura - Es que eras un niño.

-Solo tengo tres años menos que tú...y no he dejado de quererte ni un solo día pero ella...

Ahora se levantó del suelo Porcia y no sabía como reaccionar. Veía a Marcos distinto y lo que le estaba diciendo la conmovía hasta hacerle temblar.

-Pero mamá...

-Tu mamá nos ha dejado solos. Mírate, queriendo subir tus tetas porque crees que ya no eres la misma y yo...solo también porque el día que le dije que iba a declararte mi amor me dijo que eso era incesto...

-¿Eso te dijo la muy bruja? - casi gritó perdiendo sus modales de niña bien -¡No es posible...! Y a mí me dijo que tenías cara de águila cuando le dije que eras guapo...¡Se va a enterar!

-¿Te... lo parecía? ¿Te parecía guapo?

-Bueno...Tu eres guapo y hasta me gustabas, pero eso no se lo dije. Solo que te quería.

La miró entre sorprendido por lo que consideraba una valentía. Luego, volvió a abrazarla y dijo sonriendo:

-Y ahora, ¿qué? ¿Cómo vamos a solucionar esto tan inesperado y que tenía que haber ocurrido hace tiempo?¿Me sigues queriendo?

Porcia estaba en otro mundo...El cielo, quizás. Hacía un momento, aquel chico la había despojado de parte de su ropa interior con la mayor naturalidad y ahora, hasta le gustaba imaginar que lo hubiera hecho con más detenimiento. ¿Qué había sentido él? Se atrevió sin más:

-Sigo pensando igual, querido Marcos...Yo te quiero...

Se había recuperado de pronto del martirio pasado y su cara había vuelto a su tonalidad normal pero ahora con un subido toque rosa en sus mejillas. Se separó un poco de él para acomodarse su faldita y el sueter y se encontró reflejada de nuevo en el cristal del armario donde Marcos tenía todo el material de su profesión. Se vio muy bien esta vez. Guardaba una silueta de pechos pequeños pero bien puestos y con la espalda recta y, con un poco de esfuerzo se mantendría mucho tiempo erguida. Se gustó. No en vano se parecía a papá. Tomaría un laxante y lo de su barriga, arreglado. Se notó sin planearlo con una felicidad repentina e inusitada y en vez del dolor en los omóplatos que la había atenazado, notó como si unas alas angélicas pugnaran por salir de entre ellos. Ya lanzada como estaba volvió a abrazarse al muchacho que la miraba arrobado y añadió:

-Hagamos una locura, querido hermano – se apretó contra él. Vamos a vengarnos de mamá. Sé tu mi sostén y mi guía y que pague y se aguante por estos años perdidos...

-Porcia...Porcita...Porcitilla...Que perderé mi caballerosidad contigo si dices esas cosas – dijo el doctor poniendo los ojos en blanco.

-No, hombre, no, que eso es lo que dice el cura en las bodas...

Y abrazados y besándose permanecieron mucho tiempo antes de salir a recoger el coche y dirigirse a la casa donde ambas madres estaban pero con la idea fija de ocasionar un síncope múltiple a una de ellas.




lunes, 8 de diciembre de 2008

Porcia (continuación)

Sufrido el soponcio del escaparate, Porcia se levantó a otro día temprano después de una noche de pesadillas en los que se veía gorda como un balón gigante; cogió el coche y fue hasta uno de los mejores establecimientos de ropa interior. La distinguida clientela pudo observar la cara de ansiedad en la muchacha apostada ante las cajas que contenían la solución a su sentido problema y cuando una de las dependientas se le acercó para atenderla, solo le faltó echarse a sus pies e implorar un milagro.

-Por favor- dijo al fin en un tono de voz apenas audible- deseo unos sujetadores que me levanten algo el pecho, que me hagan más redonda...más...

No terminó. La señorita que le iba a atender, sin pestañear, radió hacia el interior del vestidor:

-A ver, Micaela, busca y me traes un sostén de raso ochenta B con relleno, tirante cruzado sobre la espalda con corrector posicional de omóplatos y con aros de aluminio bajo la cazoleta...

-Oiga...-se animó ansiosa a continuar Porcia ante las dotes adivinatorias de la dependienta- y quiero probarme una fajita, porque...- aquí sintió la necesidad de justificarse – aunque no la necesito, me gusta ir un poco sujeta con algunos modelos de vestidos que ahora se usan...

De nuevo la vendedora, le echó una mirada de cintura para abajo y volvió a reclamar a la encargada de almacenaje sin un solo gesto de aseveración y sin mediar palabra con su ansiosa clienta.

-Micaela, busca también una faja sin pernera, con refuerzo delantero lycra doble en la zona peritoneal y las caderas, efecto elevador de glúteos y con ballenas naturales en zona lumbar y laterales de la cintura.

Porcia pensó en esos quirófanos que salen en las películas donde el cirujano, solo demanda y los ayudantes le van dando sin pedir explicaciones todo el instrumental necesario para lograr casi una obra de arte. O en los bares: “Dame dos de papas bravas, gambas al ajillo, media de chipirones...¡marchandooo!

Se sorprendió de la capacidad de aquella mujer para adivinar todo lo que quería, aunque se sintió algo molesta con esa serie de detalles que iba lanzando a su ayudante que cualquier persona podía oír de las que estaban presentes y como si necesitase tanto remedio. Solo tenía un poco abultado el vientre y algo caído el pecho. Solo eso, pero no estaba de más la vista perspicaz de una entendida profesional como la dependienta parecía.

- Seguro que va a comisión... -pensó ingratamente.

La delicada y coqueta fajita llena de entredoses y ballenas como contra fuerte y un sostén de raso con primorosos bordados en seda que tenía además un forro de espumilla para realzar el busto, llegó a sus ilusionadas manos. Una vez probado, el sujetador levantaba el pecho de una forma natural y juvenil, pero el contorno para la talla, desproporcionado según su apreciación, era tan estrecho que se marcaba en la espalda una especie de pliegue carnoso que le hizo dudar unos instantes.

-“Es de suponer que con un jersey discretamente holgado, ni se note esta incidencia. Además, me hace que vaya erguida...” - se dijo. Así y con todo, le pareció bien hacerlo notar a la dependienta rebuscando las palabras:

-Pues necesito además una espaldilla, señorita, una espaldilla sobre el tirante cruzado y hasta la cintura para evitar protuberancias carnosas...

Luego, le tocó el turno de prueba a la faja. Le apretaba algo más que el sujetador y tuvo que sufrir para subirla hasta donde debía. Parecía que su persona se fuera a partir en dos hemisferios del que salía perjudicado el inferior porque con la opresión de las ballenas en su ecuador, la cadera se agrandaba tanto en comparación con la cintura que la hacía parecer respecto a su hemisferio norte, parte de otro cuerpo, pero ella se encontró corregida, exuberante y se gustó.

-Puede...que si coge usted una talla cuarenta...-Se atrevió a decir la dependienta tímidamente con una desacertada psicología, perdiendo todos los méritos acumulados hasta entonces.

-¿Talla cuarenta?...¿Acaso me ha visto como una vaca?¡Soy la treinta y ocho ! Debe usted fijarse porque eso en su profesión es importante, señorita... -casi chilló.

Abandonó el establecimiento con todo puesto y con la ilusión de haber encontrado el remedio justo para enmendar la travesura cruel del tiempo jugando en su cambio anatómico. Ahora todo volvería a la normalidad porque...¿Iba a empezar su cuerpo a descomponerse en montones de carne aquí y allá sin orden ni concierto? Demasiado pronto como mamá había dicho ¿Le iba a crecer la barriga como a ella que desde joven contaba que sus fajas eran hechas siempre a medida porque no encontraba en los establecimientos del ramo nada que le valiera? No se parecían en absoluto. Ella salía a papá, el erguido, estirado y distinguido profesor en derecho romano, don Catón de la Torre.

Había dejado el coche en un aparcamiento algo alejado de aquella tienda y al paso por la acera de la avenida, volvió a mirarse en los escaparates que ejercían desde siempre aquel extraño atractivo para ella. Esta vez, era otra cosa. Volvía a ser la misma, con el pecho levantado, la espalda recta y el vientre plano como si lo hubieran planchado.

(continuará...)

lunes, 1 de diciembre de 2008

PORCIA


(Porcia es hija del ilustre profesor de derecho romano Don Catón de la Torre, enamorado de la historia de Roma y a la que bautiza así en memoria de la segunda esposa de Bruto. Cree con ello que su única hija será portadora de la belleza e inteligencia de aquella, pero por el celo y la protección extremada de sus progenitores, la chica ve cómo el tren de su juventud va dejando atrás ilusiones y oportunidades...)


Esta vez, no. Tenía que poner remedio. Al mirarse con detenimiento en aquellos escaparates, vió una barriguilla incipiente que le levantaba su bonita blusa de guipur y parecía como si el pecho se le hubiera caído algo hasta la cintura.

¿Cómo no se había dado cuenta antes? Se angustió. Había cumplido treinta y nueve años y aún tenía que esperar la llegada de ese extraordinario pretendiente que su madre le auguraba y que no acababa de aparecer. Bueno, sí. Había llegado uno varios años atrás que le gustaba mucho y que insistió más que otros, Antoñito, el hijo del señor Antonio, el carnicero. Un gran chico, buen estudiante que perfeccionaba su inglés en Irlanda, educado y serio, pero que al decir de mamá, aunque era listo y sabía idiomas, siempre olía a morcilla de arroz y chuletón de Burgos, así que a la segunda o tercera carta de amor que Porcia recibió, su madre la cogió, se presentó en la carnicería y, con más que humos, le dijo al padre:

-Señor Antonio, que no vuelva a repetirse tamaño atrevimiento o tendré que tomar otro tipo de cartas en el asunto. Que su hijo no vuelva a escribir porque mi hija, es Porcia de la Torre...¿entendido?

El hombre se encogió de hombros y Antoñito no volvió a dar señales de vida. Luego se supo que entró a trabajar en un Banco y se quedó por Suiza, millonario y felizmente casado y con hijos. Porcia suspiró mucho por entonces y perdió al bueno de Antoñito; eso, y la ocasión de poder degustar los mejores filetes que entraban en aquella carnicería de élite porque mamá ya no era bien vista por allí y además, le tocó suspirar muchas otras veces porque la progenitora insistía en ahuyentarle siempre a los posibles novios que no creía dignos de ser sus yernos, que eran todos...


(Carmen Sabater Rex.- ISBN: 84-923788-1-6 )

Perlas del Segura