sábado, 26 de enero de 2008

Tristeza


Mis posibles lectores se habrán percatado de que soy una persona positiva y amiga de entresacar de mis vivencias, las cosas que me dejaron en situaciones más o menos divertidas. Yo las cuento y si alguien sonríe, estupendo. Pero hay veces, que la vida, te deja ver uno de esos perfiles amargos que tiene y entonces, no hay más remedio que volver la vista a estas realidades que nos envuelven y ahogan y el humor, el buen humor, se evapora y hasta parece una osadía el lucirlo.

El pasado día 24, yo venía en un autobús sentada en los asientos centrales, estos que van encarados. No me gusta sentarme allí: está reservado, pero me senté. Frente a mí, estaba una mujer muy joven embarazada de unos seis meses. Iba con otra chica, amiga por lo que parecía y hablaban animadamente y en un tono de voz que casi todos los pocos usuarios que en ese momento viajábamos en el autobús, podíamos oir la conversación que llevaban. Junto a mí una señora mayor, argentina por su acento, se reía con las ocurrencias de las chicas. De pronto, una dijo a la otra:
-Bueno, y tú...¿no ibas a quitarte de "eso"?
La aludida, la embarazada, se echó mano a su vientre y le contestó:
-Sí, "tía", pero es que ..."Migue" ahora no quiere darme la "pasta", que dice que le da un poco de pena . Claro , como él no tiene que sufrirlo...El cabrón se mueve como si estuviera jugando al fútbol...

Me quedé petrificada. La mujer argentina que estaba oyendo todo como yo y creo que como cualquier viajero, se inclinó hacia ellas.

-¿Y vos sabés que lo que llevás ahí dentro, ya es muy mayorcito y que será un bebito precioso?
-Oye, - le contestó la preñada en un tuteo dañino - ¿por qué no te metes en lo que te importa? ¿quién te ha llamado a tí?
-Pues tú misma. Estás hablando a voces, como provocando para que nos enteremos , ¿o no?
- ¡Vete al cuerno, vieja...!
Pero la mujer, no se calló y, mientras se preparaba para bajar en su destino, aún dijo:
-¿Oístes?...A los bebés los hacen puré...los trituran...Ni las alimañas matan a sus crías...
Un hombre intervino:
- Dejelas, señora. No sienten pena, ni tienen alma...

Allí quedaron las dos riendo, pero algo menos habladoras porque "la vieja", las había frenado en su pregón de muerte por todo el autobús y yo, que seguía frente a ellas, amparada en mi cobardía, que no creo que fuera prudencia, no pude evitar mirar unos segundos a aquel vientre abultado donde un pequeñín flotaba tranquilo metido en su madre. Puede que fuera algo pelirrojo como ella lo era y tendría un hoyuelo en la barbilla como ella lo lucía. Guapo, seguro...o feo...¡que más daba! pero eso sí, ajeno a que, en breve, no nacería nunca a la luz de la vida porque le iban a reventar todas las pequeñas venas de su recién formado cerebro o le iban a provocar un infarto en su corazoncito de dos centímetros.
Solo cabía esperar a que "Migue" no diera la "pasta" y aquel pequeñín hiciera la felicidad de alguien que anhelara querer a un hijo que no podía engendrar, si la madre decidiera seguir hasta el fin de su gestación con "eso".

Nos bajamos en la misma parada. Yo me dirigí a mi casa llena de angustia y ellas, se integraron en una manifestación pro-aborto animada de timbales y ruido, y con aquel puñado de gente vociferante, se dirigieron hasta la plaza del Arzobispo a culpar a alguien de no poner remedio a las imprevisibles consecuencias de algunos de sus escarceos...


viernes, 18 de enero de 2008

Envidia

Mi alumna estaba deseando hacerme sus confidencias. Se había hablado del pensamiento aristotélico de "tábula rasa" y lejos de tomarlo por donde debía ser, no había escuchado nada y se lo tomó por el camino que le interesaba.

-Profe- me dijo- no me gusta nada mi cuerpo. Estoy delgada como un palo y no lleno nada mis ropas. Soy...una tábula rasa.

Las lágrimas afloraban en sus enormes ojos azules y me interesé por su problema. La entendí desde un principio porque en esa edad, todos hemos sentido alguna vez ese escondido complejo que nos ha atormentado cuando nos comparábamos con alguna de nuestras compañeras.

-Mujer...No debes preocuparte. Hay solución para todo y con el tiempo, todo se arregla y tu eres todavía muy joven y si no, en los tiempos estos en los que te ha tocado vivir, hay operaciones para todo y no como en mi época...¡entonces sí que había que aguzar el ingenio..!
Y le conté:
- En Murcia hay mucha industria artesana de figuritas de Belén. Cada año, nuestras monjas del colegio, nos organizaban una excursión para visitar las distintas exposiciones que se hacían y acabábamos después de recorrer los Nacimientos más notables, en el monumental y maravilloso Belén de Salzillo que se exponía en la Plaza de La Cruz al aire libre, junto a una de las entradas de la Catedral.

-Íbamos en el autobús todo el grupo que formaba lo que era nuestra pandilla y se nos "pegó" otra chica, de las "nuevas" aquel año, con unas ínfulas de superioridad que nos apabullaba a todas. No solo era inteligente, alta y guapa sino que además, lucía un busto abundante y bien plantado que era la envidia de todas las que con nuestros catorce o quince años, no nos habíamos despegado todavía de nuestro aspecto de "nenas" y dejábamos vacíos y "planchados" nuestros guardapolvos escolares.

-Cantábamos como locas, coreando, chillando y nuestra nueva compañera, daba saltos, danzaba y se desgañitaba más que ninguna como para sobresalir por encima de todas en eso también. La monja de turno, viendo aquellos botes de la chica, con el pecho danzante de arriba para abajo, le recomendó que fuera más moderada, pero la otra, ni caso y seguía danzando con una total descortesía ante nuestra condición de pobres destetadas.

-Pero...al pasar por un tramo de carretera de curvas y socavones (¡bien por la justicia Divina!)nuestra cantarina amiga, fue poniéndose de un color amarillo verdoso para pasar después a un azul grisáceo y macilento. Su voz se hizo eco lejano, dejó de cantar y le dio una vomitona que también nos quitó la gana de seguir haciéndolo nosotras.

-Casi todo lo que echó...se quedó en "el altar" que era su pecho dejándolo como un basurero. En la casa de La Misericordia de las Hijas de la Caridad, una de las Sores, le buscó ropa de las chicas internas y se la dio para que se cambiase.
-Vé y acómpañala a la habitación para que le ayudes a cambiarse - me dijo.
-No, Hermana. Estoy medio mareada yo también...-Me disculpé y era verdad.
-Yo iré- se ofreció otra compasiva del grupo
-No, no hace falta, Sor-dijo la accidentada. Puedo ir sola...
-Ni hablar -dijo la monja- Si lo prefieres, voy yo. Necesitarás ayuda tal y como vas.

-Así que prefirió a la compañera que apenas conocía y es preciso enumerar las secuencias de aquella puesta de limpio:
- Primero: Pasado un rato, apareció la afectada cambiada y lavada.
-Segundo: La acompañante, salió "mosqueada"porque la primera -fue lo único que contó- la había llamado alcahueta, curiosa, metomentodo, pamplinera y "lameculos".
-Tercero: Sospechosamente, tenía una teta más alta que la otra y poco a poco a lo largo de la mañana, se le fue bajando más hasta llegar a ser un bulto deforme cerca de la cintura...
-Cuarto: Maldije la hora en que no fui yo la que no la acompañé, porque..¿qué misterio encerraba la teta caída?

A la acompañante le dio por ser discreta y sacamos en claro que aquel pecho tan envidiable, era de pura guata, falso, y que en el aire flotaba la amenaza de un guantazo de la del vómito, que era la más fuerte, a la más débil, que había sido su ayuda, si se iba de la lengua...

De repente, mi alumna, rió divertida. Me dijo que siempre podría operarse que sería más fácil engañar que con la guata y mientras, pues ...¡quam tábula rasa!

viernes, 11 de enero de 2008

Incineración


El lugar donde se alzaba el Asilo de ancianos y mi colegio, había sido un cementerio. El cementerio viejo de mi pueblo, Molina, donde se mezclaron y perdieron muchos huesos de personas ilustres que no llegaron a tiempo sus familiares o no pudieron o simplemente, no quisieron recuperar- quizás por lejanía de parentesco -y que se quedaron así en osarios bajo los cimientos. Otros, ni siquiera en osarios.
Cuando menos te lo esperabas, durante los recreos en aquellos patios de piedra, confundidos con la grava que te destrozaba las rodillas si te caías, aparecía la falange de un dedo, o una vértebra o parte de un cráneo de algún desdichado que no tuvo la suerte de que lo volvieran a enterrar. Luego, pasaba lo que pasaba, que ibas con alguna amiguita al cementerio nuevo y decía:
-Aquí está enterrada parte de mi tía, otro poco de mi abuelo y casi completo, está un vecino muy amigo que nadie lo reclamó y mis padres lo trajeron aquí...
No exagero. Todo estaba desperdigado. Desde entonces, me hice a la idea de que la incineración era un remedio a que luego tu esqueleto no estuviese por ahí esparcido sirviendo a los críos venideros para jugar a la tabas.
Esto de la incineración, relativamente nuevo en España, me estaba convenciendo a pesar de que mi familia me mirase "raro"cuando lo decía. Es una solución. Ya se ve que los hindúes la usan desde hace siglos aunque con sus cambios, porque era mala cosa que también quemasen a sus esposas vivas junto a ellos...Sin pasarse.
Eso de la pira y las cenizas, siempre lo he visto como muy higiénico. Te queman y a enterrar en un nicho, que las cenizas, ni guardadas en casa, ni esparcidas. Lo segundo, porque hay quien tiene cada capricho, que no debía consentirse por ley. Todo se contamina. Por ejemplo, el que dejó dicho que sus cenizas las echasen por el espigón donde pescaba, allí en la playa donde veraneo y se dieron tanta prisa en cumplir con su voluntad, que desde entonces siempre compro el pescado del verano, cuando llega de la lonja de Castellón y no en Valencia donde resido. ¡Qué ocurrencia...! Ya podía haber dicho el hombre, que lo tirasen por alta mar que algo más se diluiría, pero así, pescan curricando y no está bien que puedan sacar las cenizas de tu vecino
envolviendo a los peces.
No quiero ser morbosa, pero Antonio Gades, deseó que parte de sus restos se depositaran en Cuba y otra parte, por este Mediterráneo que le vio nacer...¿Sabéis lo que se piensa cuando por el rayito de luz ese que se ve en una habitación en penumbra, el polvo sube y baja caprichoso en el lento baile que le lleva en todas direcciones? ¡Vaya con Antonio Gades...! Sabe Dios lo que recogemos con la aspiradora de encima de los muebles.

Y lo primero, es decir, cuando se conservan en casa las cenizas...No sé qué es peor. Acompañé a una amiga a dar un pésame no hace mucho porque no fuera sola.
-Son algo originales - me dijo. Se querían un montón.
-Es natural -asentí - No tiene que ser una originalidad eso.
La mujer viuda estaba inconsolable pero luego, la conversación, tomó otros derroteros y en algo se animó. Cada vez que decía algo con necesidad de que alguien se lo corroborase, se volvía hacia una repisa de mármol sobre la chimenea y dejaba caer siempre la misma pregunta:
-¿Verdad, Ernesto?¿Verdad, mamá...?
Primero, me sorprendí y luego, entendí la originalidad porque en dos jarrones con tapadera rococó, especie de tíbor, estaban las cenizas de su progenitora y de su esposo y claro, a ella le gustaba hablarles...
Como es de suponer, me encantó salir de aquella estancia y de aquella casa...¡Ah! Y ahora creo que anda preguntando por Barcelona para ver dónde ha de llevar las cenizas de esos, sus seres queridos, porque quiere hacerse un brillante de los gordos con ellos en prueba de amor eterno...
Lo que digo, las cenizas, al sepulcro.

domingo, 6 de enero de 2008

Ser caritativo...

Aquel día mi madre, como otras muchas veces, me había dicho que no me entretuvise y que fuera directa a casa después de las clases. Era ya cosa sabida que no iba a pasar nada si me demoraba un poquito y fui haciendo meandros como un río, mirando escaparates, charlando con alguna que otra compañera que me encontraba y dejando pasar el tiempo y retrasarme así casi una hora hasta casa desde mi salida del colegio. Me equivoqué. Sí que pasó porque mi madre se preocupó por la tardanza y estaba esperándome en la esquina donde mi calle empezaba.

Con su mirada, ya lo dijo todo. Mis compañeras vecinas ya habían vuelto desde hacía una hora y mi desobediencia tenía mucho de descaro después de su ruego de que volviera lo antes posible. Perdió su turno en la consulta del dentista y cuando a otro día la vi lucir un magnífico flemón, sentí una pena y tal sentimiento de culpabilidad que hubiera deseado tener yo aquel bulto enorme en mi cara adolescente. No me hablaba y el silencio que yo adjudiqué a su enfado, era por culpa de aquella inflamación que no la dejaba abrir la boca. Le pedí mil veces perdón y ella asentía sin proferir palabra.
Fregué los platos, el suelo, limpié el polvo e hice sin que me lo mandase toda aquella faena casera que ella no había podido hacer por culpa de su malestar. Al fín, cuando ya mejoró y como la mejor madre que era, me estuvo razonando sobre lo que era ser responsable y obediente.
-¿Cómo lo hago, mamá?- le pregunté con mi más fervoroso propósito de enmienda- se me olvidan las cosas que debo hacer bien...
-Es cuestión de entrenarse...Hacer algo que te cueste para bien de los demás...Ponerte en su situación...Tú verás. Aliviar el sufrimiento ajeno es algo que da satisfacción...
No olvidé sus consejos y decidí que debía ser más responsable y pronto empecé a mirar a mi alrededor para tratar de descubrir en qué parcelita podía ubicarme para ayudar allí donde debiera.
Pronto se me presentó la primera oportunidad. Un hombre ciego, agitaba su largo bastón en una acera en claro gesto de cruzar la calzada. La gente pasaba sin percatarse de la necesidad del invidente y yo me apresuré a llegar hasta su lado.
-Hola...-le saludé- yo lo cruzo, señor... Y agarré su brazo y lo dejé a salvo en la acera contraria.
-Gracias, bonita -me contestó amablemente el hombre...
Me fui a casa como con alas en los piés por haber hecho aquella acción y mi madre ponderó el gesto satisfecha.

Llegó el domingo y acudimos las dos como siempre a misa mayor. Delante de nosotras, estaba arrodillado el hombre ciego que había auxiliado hacía unos días.
-Es ese hombre, mamá -dije a mi madre a su oído.
Ella asintió sin más y, llegado el momento de la Comunión, y entre mucha de la gente que se levantaba para ir al altar, estaba también él. Empecé a sufrir. Iba con su bastón por delante, algo recogido para no dar a nadie obviamente, hasta que se me perdió entre los que iban yendo al altar. Cuando pude distinguirlo, no lo pensé. Me levanté ante la buena acción que se me presentaba, me dirigí hasta él y cogiendo su brazo, lo puse derecho hacia el comulgatorio, porque se iba desviando hacia donde no debía y lo acompañé para que recibiera la Forma. Sin esperarlo, volví a mi sitio confiando en que alguien le ayudaría también a él a volver al suyo, pero me equivoqué. Dando palos de ciego, nunca mejor dicho, el hombre volvía a desviarse y se iba para un lateral de la iglesia...
-Pero...¿qué le pasa ahora?- pensé -¿está tonto éste?- me impacientaba- se vueleve sin comulgar...
No me rendí, así que ante la cara divertida de mi madre, me aseguré el velo, me fui hasta el ciego y esta vez, lo agarré con todas las fuerzas que pude hacer y luchando con las suyas, porque se resistía, intenté darle media vuelta camino del altar de nuevo...

-¡Oiga...!-me gritó de forma que pudo oírlo mucha gente de la parroquia - ¿Está loca? ¡Déjeme en paz, que me ha hecho usted comulgar dos veces y me quiero ir a la salida y se empeña usted en retenerme...! ¿Cuántas veces quiere que comulgue?¿Hay algún policía por aquí...?

De la vergüenza que pasé, fue testigo mucha gente. Mi ansia de ser buena , se había evaporado y la sonrisa malévola de mi madre, fue como un latigazo en la cara. Luego, me consoló, pero...Tardé mucho en contabilizar otra obra de caridad...

martes, 1 de enero de 2008

Aquellas cámaras que daban miedo...

No se puede negar que entre el tío Saín y el tío Garrampón, a muchos nos amargaron parte de nuestra infancia y fueron los culpables de muchas de nuestras noches de insomnio. Fueron aquellos personajes fantásticos los que a veces te impedían entrar en una habitación a poco que estuviese en penumbra porque esperábamos encontrarlos en cualquier rincón o a nuestra espalda.
Las antiguas casas de mi pueblo, no ayudaban precisamente a que fuésemos una generación de valientes, con aquellas cámaras que retumbaban a cada paso que dábamos y con aquellos recuerdos de familia tan guardados para no sé qué, si cuando se habían puesto en ellas, auténticos trasteros dignos de un museo, era porque estaban condenados al olvido por feos, por viejos o por inservibles, pero allí estaban. Una vieja artesa, a la que le faltaba una tabla lateral en espera de ser reparada, pero que costaba más esa tabla que una nueva artesa. El arca, que no había quien la moviera, que estaba llena de pequeños agujeritos de carcoma, y que te amenazaban de que si la abrías, la tapa, podía dejarte sin cabeza. Además...¿quien te decía que allí no estaba el esqueleto de algún desconocido que la familia quisiera ocultar? En nuestra imaginación, todo cabía. Y el retrato..No podía faltar el retrato de alguna tía abuela muerta en juventud, y que fueras donde fueras o mejor, donde te pusieras, siempre te miraba con esa cara tan impenetrable y los ojos tristes con los que te miran los personajes de las fotografías antiguas. Peor si la foto era de boda porque entonces, te miraban los dos. Él, sentado, con las manos en las rodillas y la esposa, de pie -que para eso había nacido mujer- con su mano sobre el hombro de su amado como para dejar constancia que sería su apoyo ...
En la casa de mis abuelos paternos, se tenía especial interés en que no subiéramos a las cámaras porque la escalera, oscura, con escalones altos y de piedra negra que la hacía más tétrica, era un auténtico peligro, pero no éramos precisamente obedientes y durante mucho tiempo, subíamos cuando nos apetecía a jugar con los cientos de cosas guardadas que hacían nuestras delicias. En un hueco, tras una cortina, que a todas luces aquello hacía las veces de un armario, estaba un uniforme de mi abuelo, pero tan bien colocado, que solo parecía que faltase mi abuelo dentro, solo que el pobre, había muerto algunos años atrás e imponía verlo solo y vacío. Nos acostumbramos mis primos y yo a tan solemne acompañante y jugábamos sin importarnos aquel atuendo parte ya de la cámara miedosa y solitaria, cargada de recuerdos y nos divertíamos sin más... pero no se nos ocurría subir solos. Por lo menos a mí.

Perlas del Segura