Mi prima y yo desayunamos en una cafetería muy coqueta de Trapería. Da gusto pasear por Murcia tempranito en este tiempo de otoño a pesar de que las mañanas han refrescado algo. Charlando como íbamos, me he fijado en una señora que me ha resultado familiar a la altura de Santo Domingo.
-Mira, Chon, parece doña Lola…
¿Para qué lo he dicho? Asunción, se ha detenido de repente, me ha soltado el brazo y se ha lanzado literalmente a la señora que se ha quedado asombrada mientras recibía unos formidables y apretados abrazos con sus meneos correspondientes.
-¡Doña Lola!...¡Ay, doña Lola cuánto tiempo…!
Doña Lola había sido maestra en mi pueblo y había educado a toda una generación que nunca pudo olvidarla de puro bien que lo hizo. Ni mi prima ni yo fuimos sus alumnas, pero como todos, llegamos a quererla y respetarla y ella nos conocía bien. Asunción no podía contener las lágrimas mientras yo me he quedado plantada a unos metros observando la escena. Sí que la quería, sí.
-¡Doña Lola…! ¡Es que no puedo creerlo! ¿Cómo está usted?
Al fin iba a dejar que se expresara la mujer que la miraba extrañada.
-Pues…ya ves, hija mía, cada vez más vieja, pero…
-¿Vieja? Pero si está usted igual…-Ha dicho mi vehemente prima sin dejarla hablar- ¡Ni se le ocurra decir eso…!
-Pues yo me noto sin fuerzas, ya ves. Me duele todo. Tengo una artrosis que nada me alivia…
-¿Artrosis? No diga eso. ¡Yo soy la que estoy hecha una pena con cincuenta años recién cumplidos…!
Tenía que haber interrumpido. Asunción se pasaba ¿Cincuenta años? Cada vez se quita más edad esta prima mía. Ahora es menor que el hermano que le sigue en orden. No tiene cura.
-Cuente…¿Cómo no va usted por el pueblo? ¿No se acuerda de lo que la queremos por allí? ¡Cuánto se la echa de menos!
-¿Ah, sí? ¿Se me echa de menos? ¿En qué pueblo, hijica?
Asunción se ha separado de la mujer unos instantes y ha dejado de moverla. Luego la ha mirado de frente y después me ha mirado y ha vuelto a la carga. Si doña Lola era presa de alguna enfermedad traicionera, había que hurgar en ese cerebro dormido.
-¡Que soy yo! ¡Asuncionica, la hija de sus vecinos!
-Ahhh …-ha sido la respuesta.
-Pero bueno, ¿usted no es doña Lola?
-Mujer…yo siempre he sido Lola…así, a secas…sin el “doña”
Asunción, despertaba. Ya no lo tenía claro.
-Usted …¿no era maestra en Molina de Segura?
-¿Yo?...Pues no. Yo he pasado por Molina de paso, hija, y no soy maestra, soy la hermana del cura párroco de Santo Domingo y ama de casa…
¿Cómo le decía a mi prima que doña Lola, de la quinta de nuestras madres, se murió hacía ya muchos años y que era más lógico que ella lo supiera y no yo, que siempre he estado fuera del pueblo?
Le ha pedido perdón a la buena mujer y la buena señora, a cambio, le ha dado un montón de besos como consuelo por no ser la Lola que Asunción creía. Un encanto.
-Lo siento, hija. Me habría gustado ser esa maestra de tu pueblo…
De vuelta, sin cruzar palabra, he notado cómo mi prima me miraba de reojo. Llevaba las manos en plan cartujo enlazadas sobre el estómago como para aprisionarlas y no abofetearse por su ridículo. Solo dos frases hemos cruzado antes de la despedida.
-Si te llegas a reír…¡no vuelvo a mirarte a la cara!- ha dicho ella.
-No, era para llorar- he dicho yo – porque si no hubiera estado muerta, seguro que la matas tú con el traqueteo del cuello que le dabas…
-¡Prima, que te conozco…! ¡¡Ni se te ocurra burlarte que eso de equivocarse le pasa a mucha gente!!
-Si…Pero nadie trata de romper las vértebras a nadie aunque fuera conocido y….
-¡Chisss…!
Señor, es terrible contener la risa…Difícil y terrible. Doy fe.