Susi es una gitanilla que tiene diez años pero que no aparenta más de ocho por lo menuda que es. Lleva una falda -¡pobre modelo de feria!- que casi le llega a los tobillos y siempre me dice que así parece “más grande”.
Susi se ha acostumbrado en este tiempo de bonanza por Valencia, y cuando no hay cole, a ponerse al lado del autobús turístico al pie del Miguelete y mientras su abuela ofrece romero a cambio de la voluntad en monedas, ella se marca unos meneos con la falda y los brazos, que atraen la curiosidad de los visitantes a la tierra extranjeros o no. Gracia no le falta y así va complementando muy bien “el negocio familiar”.
Cuando la he visto hoy, sus ojillos de arbequina, estaban puestos en la pastelería de enfrente y allá que se ha ido sin más para saludar a nuestro vecino, el arquitecto joven que tiene su estudio debajo de mi casa. Alguna vez que otra, el chico se da el gustazo de tomar a media mañana como tentempié un merengue colosal que paladea y repaladea como si fuera el último que fuera a comerse…(¡Ay el merengue…! Vicio sublime de lo que seguro está hecho el Cielo. A mi también me encanta.)
El horno viejo de Sta. Catalina hace los mejores merengues de Valencia, sobre todo, uno descomunal con forma de cisne que lleva en su interior un corazón de crema tostada y cabello de ángel. Susi no se ha parado:
- ¡Vaya, don Pedro!...Se le van a caer los dientes con el dulce…
-Venga, Susi…¿Quieres uno?- Ha dicho por respuesta el arquitecto que no puede evitar que la chiquilla le caiga muy bien.- Está de muerte.
-¿Yo…? ¡Cheee!...Pero si le digo que se caen los dientes. No…Si acaso me compras –siempre acaba tuteando y sin parecer que piensa rápido- una napolitana de jamón y queso porque tengo el estómago dando gritos.
-Pues venga. Una napolitana para la bailaora, por favor – ha dicho el chico a la dependienta- que tiene que reponer fuerzas.
-El caso es que…
-Susi, no me líes. Cómete eso y lárgate con tu abuela.
-Pues eso, mi yaya. La pobre tampoco ha comío ná desde que s’ha levantao…”
-¿Y…?
-Pues… que pierde la vida por el merengue, don Pedro.
El arquitecto no puede evitar el sonreírse como todos los que somos testigos privilegiados del diálogo.
-O sea, que hoy me vas a sablear, ¿no? Venga, un merengue para la yaya, por favor.
-Que sea de los grandes, que tiene muncho hambre la pobre…Los del pato -pide sin recato alguno.
-Pero…¿y los dientes de tu abuela? ¿Y si se le caen?
-¿Mi yaya? ¿La has visto bien, che? Pero, ¡si no tiene ni uno…! A ella no se le caen ya…
Y rápidamente ha añadido mientras recogía el precioso dulce con forma de cisne:
-Y dame dos cucharillas…Por si se empeña en que yo lo pruebe, ¿sabes?
-Claro…