sábado, 4 de julio de 2009

SUPERVIVENCIA



Por estas fechas siempre aparece algún pajarillo caído del nido en la terraza de mi casa de la playa.

Empieza entonces la aventura de toda mi familia para ver qué se hace con el pobre, en las condiciones que está, las posibilidades que tiene de sobrevivir, si puede volar pronto, si se ha roto algo, pero sobre todo, quitarlo cuanto antes de donde haya caído porque puede que Nerón, el gato gordo que se hospeda en mi casa los veranos sin ningún permiso, se lo zampe en cuanto lo vea. No sería la primera vez que se traga al indefenso que se cayó del árbol o se atrevió con la prueba de intentar un vuelo tempranero sin la ayuda de sus papás. Sé que es la cadena de la supervivencia, pero en cuanto veo plumas en el suelo de la terraza, odio a Nerón.

No tenemos mucho éxito en esto de los pajarillos culones porque rara vez sobreviven aunque los cuidemos con esmero y mi hija, la bióloga que ya conocéis, se empeñe hasta en pasar la noche en duerme-vela cerca de la cajita de zapatos agujereada donde alojamos a los chiquitines; allí a su lado por si hubiera que acomodarlo en el improvisado nido de algodón y gasas que les fabricamos. En cuanto se descuida en la vigilia, levanta la tapa de la caja y allí está el inquilino tieso y seco como un pergamino.

Pero este año, la cosa va teniendo otro cariz. Todo depende en las ganas de vivir que se tenga, está claro y es el caso, que el pájaro de turno que nos ha caído, ante el consiguiente disgusto por si la historia era la conocida, ha resultado de un descaro prodigioso y dice que se muera otro en su lugar.

Primero, no es un gorrión corriente. Parece un jilguero porque las pocas plumas que tiene por las alitas, son algo coloreadas. Cuando lo cogió mi hijo, detrás de una maceta grande que hubo que mover, abrió el pico y chilló amenazante como si se fuera a tragar la mano y después de unas horas de timidez pajaruna, puesto de patas en mi dedo, nos miró a los concurrentes como desafiando a ver quien era más insolente.

-¡Qué pena que mañana esté muerto con lo bonico que es…!- dije con pena…

¿Muerto? Esta vez fui yo la que me llevé la sorpresa al abrir la caja, al ver cómo el pequeñajo se quedaba observándome a ver qué iba a hacerle.

De momento, le encanta picotear las sopas de pan en mi mano y me he atrevido ayer por la noche a ponerle unas pocas de ellas remojadas con una chispa de vino dulce….¿Por qué? No lo sé. Lo hacía mi abuela con las caverneras (jilgueros) para que les diera vigor. Será un disparate y tendré que comprarle una comida convencional si se empeña en seguir viviendo.

Toca pensar. Dejarlo enjaulado, ni hablar. Puede que en cuanto su agilidad volandera sea firme y deje comer en nuestras manos, lo llevemos al parque del río muy lejos de Nerón, desde luego, y allí lo lancemos al árbol más frondoso a disfrutar con la suerte de su supervivencia aunque se quede sin ver los anuncios de la tele que le encantan…Sé que lo vamos a sentir…

Perlas del Segura