Me envió un correo hace unos días un ex-alumno. hoy respetable padre de familia con profesión sin crisis (de las pocas, creo yo) y me manifestó su pesadumbre porque no le avisaran del acto que hubo en su pueblo y del que dejé testimonio en mi entrada anterior. Era pariente del chico premiado y además nos podíamos haber visto después de casi...ni me acuerdo los años.
Me recordó una anécdota muy divertida. Aquella escuela contaba con unos alumnos de lo más inteligente que he conocido a lo largo de mi profesión . Era unitaria, tenía chicos y chicas de edades diversas y un montón de ellos. Nada de los 25 alumnos por aula como ahora más o menos.
Escribía en la pizarra tareas para cada grupo y de esa manera mientras trabajaban en ellas, yo me dedicaba a los pequeños leyendo individualmente con cada uno adelantando al que se quedaba rezagado y haciendo distintas cosas de interés, pero apenas me daban tiempo porque tenían tanto afán en saber más o terminar antes que los demás los mayorcitos, que la frase "ya he acabado" se me clavó de tal forma que temblaba cuando estos super alumnos se acercaban a mi mesa. Juro que entendían de todo y que los pocos libros que había en lo que llamábamos "la biblioteca", (unas repisas caseras) se los sabían casi de memoria.
Este chico, de unos nueve años por entonces, se acercó mientras yo atendía a un parvulito y antes que dijera nada le dije improvisando un poco harta con aquella actividad tan competitiva:
-" Cuenta las moscas que hay en clase y luego, sacas las docenas.
El chaval, que hablaba con la "z" ni se sorprendió. Lo observé un poco apenada por haberle mandado tal trabajo pero el resultado fue muy curioso. Cuando llegó a su sitio, sacó su bocadillo de nocilla y fue esparciendo aquí y allí unas migajas por encima del pupitre. En aquel recinto en plena huerta, bastante pequeño, teníamos "muuuchas" moscas porque además de los abonos orgánicos, en unos corrales cercanos había cerdos y con el calor encima, los dichosos insectos eran inquilinos constantes. El chico miraba a los cristales, al techo, pero sobre todo, a los pedacitos de pan endulzado con chocolate. Al fin, dió por resuelto el problema. Se acercó a la mesa con un gesto mitad de triunfo, mitad de tristeza y habló:
-"Ya ezta, zeñorita. He "contao" cincuenta y zeiz mozcaz, un tábano y una "bizca chiquitica"que no la cuento. Azí que zon cuatro docenaz de laz gordaz y zobran ocho y el tábano."
-¿No cuentas a la chiquitica? ¿Por qué? ¿Y cómo has notado que era bizca?
-Puez porque la he "dejao" yo. Era una avaricioza, porque habiendo "miajicaz" de pan, ze vino al bocadillo y le "dao" encima con el libro y al "ezpachurrarze" ze le han ido loz ojoz uno "pa" cada "lao" y...¡tengo una pena!...Pero ezo no ze hace...