martes, 26 de abril de 2011

¡OTRO CUMPLEAÑOS MÁS!



Hoy 26 de abril, sobre las dos y cuarto de la madrugada (inoportuna, yo) vine al mundo en Molina de Segura (Murcia). Era la tercera hija después de dos chicos. Mi madre siempre soñó con aquellos vestiditos de muñecas tan ricos para ponerme, pero creo que crecí como un leñador rústico aleccionada por mis queridos hermanos que vieron un juguete de carne y hueso que les hiciera: a) de blanco cuando jugaban a los indios; b) de trepadora eficaz para coger de los árboles, higos, albaricoques, melocotones y todo tipo de fruta que les pudiera apetecer en un lugar donde la huerta era generosa con los zagales traviesos y desposeídos de muchos caprichos; c) "cartera" eficaz en la entrega de misivas clandestinas a las atractivas chavalas del pueblo que ellos admiraban...Me enseñaron el arte difícil del manejo con la espada de madera; subir en borrica, al trillo del abuelo, usar las escopetas de feria hasta que el feriante se hartaba y me echaba por mi mucha puntería y... fui la chivata ladina y chantajista ante mi recta madre (y padre a la vez) si después incumplían los muy ingratos el capricho que me pudieran haber prometido por los servicios prestados...

¡Qué mayores nos hemos hecho...! Aquí estamos. Sigo siendo "la nena"...la pequeña. Ellos, venciendo enfermedades y alguna pena que otra y yo...Bueno. Digamos que muy feliz con mi marido, mis hijos y nietos y dando gracias a Dios de que el juanete incipiente de cuando tenía dieciséis años, aún siga sin crecer. Ni me duele nada demasiado. Lo justo. Aunque no corro, me permito el lujo de llevar algún día que otro un zapato de tacón respetable. Y la falda, pues algo más corta de lo que se permiten las de mi edad porque me gusta y ando siempre como de fiesta.

Esperemos que dentro de muchos años, quiera Dios que esté como estoy y como mi estado actual es de alegría, por eso os hago partícipes, con letras en azul rabioso, de todo el optimismo y fe que llevo dentro.



sábado, 2 de abril de 2011

UNA CASA RURAL


Ana, guapa:

Te mando este mail porque sé que abres tu correo bien temprano. Me vuelvo. Ya sé que os dije a mamá y a ti cuando os dejé al loro, que iba a estar veinte días perdida por entre estas rocas de las Hoces del Cabriel, a ver si de una vez pongo un poco de orden en mis ideas, pero he cambiado de parecer.

La casa rural…rural del todo, con vistas a los cortados, al embalse y con un aire puro envolviéndola que da gusto. La dueña es una ancianita sonriente de boca apretada porque los dientes los tiene como el “deshoje” de una margarita: uno sí, otro no, uno sí, otro no… Guisa de muerte pero nada suave porque hace una olleta de alubias pintas con oreja y morro de cerdo, que te chupas los dedos y para cambiar, hace el cocido cofrentino, con tocino y morcilla del lugar con lo que creo que he engordado en estos siete días, un par de kilos.

El caso es que me dio la habitación con vistas a los picachos verdes, preciosa, pero también una ventana de esa estancia, daba al corral. Me dijo que a otros huéspedes, les encantaba. Tenía, que los he contado, seis gallinas ponedoras, tres patos hermosos, un cerdo enorme, una cabra fisgona y simpática que te seguía con la mirada a donde quiera que te movieses y…un gallo. ¡El gallo…! Un engreído de narices que llevaba mártires a las pobres gallinas con su fachada de macho guapo y que hacía huir hasta los cerdos. Por si fuera poco, era de los que cantan en cuanto ven una luz en la madrugada y como al ir al baño, tenía que encender la lamparita del pasillo, pues el tío... ¡a cantar! El primer día, bueno, pero el siguiente, intenté llegar al aseo con la luz del móvil, tropecé con una sillita de enea y vuelta a revolucionar esta vez a todos los animales y a la vieja, que casi me muero del susto cuando la vi delante de mí con un gorro de colorines, unas sayas blancas hasta los pies y la boca abierta de par en par. Parecía el fantasma de la navidad.

Os lo contaré todo con detalle cuando llegue pero te adelantaré, que los días restantes era tal el kikirikí que soltaba el pollo allá a las cinco de la madrugada, que con razón la dueña se quejaba de que las gallinas, no ponían “guevos” ¿Cómo van a darlos con el susto que se llevan? Pero anoche, me tomé la justicia por mi cuenta. En mi paseo, cogí un par de piedras hermosas a ver si al lanzárselas se callaba. A la primera, lo conseguí, pero cuando más disfrutaba de mi sueño con las primeras luces, otra vez estalló su irritante canto. No me lo pensé y con toda mi fuerza, lancé la segunda y…¡qué pena siento! : creo que he matado a la cabra. Sí, porque a eso de las ocho he visto a mi enemigo despierto y la cabra parecía demasiado dormida a esas horas. ¡Pobrecilla y qué pena me da...! Entonces, he hecho mi poco equipaje, he dejado una nota de despedida urgente a la viejecita diciendo que mamá estaba enferma, doscientos euros por la estancia y cien más para que reponga a la cabra difunta (aunque no he escrito nada de mi hazaña) y me he bajado al pueblo a toda leche antes de que despertase y aquí en un cibercafé, espero el autobús con impaciencia para largarme cuanto antes por si le da la idea a la mujer y aparece con una estaca para vengar al animal.

Os recogeré al loro y ya hablamos. ¡Pobre cabra...! No dejo de pensar en ella y espero que esté viva.

Besos, hermana.

Perlas del Segura