En el correo me piden que acabe la aventura de la boda en Lorca. Pues voy sin demora que hay curiosidad y yo apenas tengo tiempo para publicar. Se acercan las vacaciones y el blog debe descansar en breve.
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Aquello fue muy inesperado y ni siquiera en el cine había visto nada igual, entre otras cosas, porque hasta entonces veía pocas películas, pero ver al novio desplomarse en su silla de terciopelo rojo, blanco como la nata, y tirando del nudo de la corbata para facilitar a la saliva su paso por la garganta, eso era digno de ser grabado para la posteridad. Un guión penoso e impactante.
Mi prima y yo, que según ella estaríamos por los catorce o quince años, nos levantamos como lanzadas por un resorte y tomamos posesión delante de la primera bancada que ocupaban los invitados más allegados...(¡Faltaría más!) La novia se llevó las manos a la cara y se cubrió el rostro a la vez que soltó un ¡ay! penoso. Luego ante el llanto de la chica, el novio, con voz titubeante, volvió a manifestarse sin dejar de mirarla en su pena:
"_ No...No quiero, señor cura. Yo vengo hoy aquí engañao..."
Dos hermanos de la novia y un primo, grandes como tanques, hicieron el gesto de ir hacia él, pero los sujetaron, afortunadamente, unas señoras bizarras y valientes, porque de tener valor era ponerse a forcejear con semejantes ejemplares de tíos. Eso, o yo era corta de estatura, que también podía ser.
Don José, aquel cura santo, párroco de San Diego, que no tenía nada suyo porque todo lo repartía, salvo la sotana raída y unos zapatones gastados, invitó a que pasaran los novios a la sacristía y lo consiguió después de muchos esfuerzos, porque no debían pasar todos. Solo los padres y padrinos de los contrayentes, algún otro familiar incluido los tres tanques y...nosotras. Mi prima, algo más prudente que yo, pero poco, se quedó rezagada, así que cuando cerraron las puertas de la sacristía, se quedó fuera. Sola yo ante el peligro y mi insaciable curiosidad.
Habló el macilento novio, verde y nervioso:
"-Don José...La hermanica de la novia, no es su hermanica...Es su hija, Padre, ¡su hija!
El buen sacerdote, se calló sorprendido unos instantes y casi todos se pusieron a llorar -yo también, no sé el porqué- y, menos la novia, cabizbaja y muda, con los ojos emborronados de azul todos hablaban a la vez atropellándose, entre suspiros acongojados y sorbitones de mocos.
Don José se hizo oír. Decía algo de la Magdalena...de cariño...de arrepentimiento...
La mujer del sacristán, Piedad, haciendo honor a su nombre, trajo agua de azahar y fue repartiendo para que los nervios se templasen y como yo era una más, pues me arreó la buena señora medio vaso que casi echo las tripas porque nunca me gustó ese remedio. Me figuro que me estuvo bien empleado.
Acabó el pobre contrayente admitiendo que quería a su novia y que también había tomado mucho cariño al angelito de la niña en los dos años de relación que llevaban, pero que se lo tenían que haber dicho porque empezar así una vida en común, era falta de confianza.
Una comadre de aquellas hizo un comentario desafortunado:
"-Pues mira, mejor. Así ya sabes que vale..."
A mí aquello, me resultaba chino total. ¿Para qué había de valer? Es el caso, que cuando ya estaba casi convencido el muchacho, casi da marcha atrás por culpa de aquella observación de la gitana.
No me extenderé más, porque "salimos" de la sacristía consolados, convencidos y hasta el novio, amoroso, sin perder su color de aceituna, besó a la novia en la frente (claro) varias veces y los mastodontes le daban para congratularse cada palo en la espalda, que más que de amigos, era una buena tanda de latigazos.
A la salida, el flamante esposo con su hijastra-angelito en los brazos. Miradas tiernas sin rencor a su guapa y joven mujer. Ella con los borrones en los ojos y los párpados enrojecidos. La madre de él, la madrina, con gesto fruncido y mi prima y yo...muertas de pisotones porque a la fuerza queríamos mantenernos en primera fila.
Me digo que ahora esto no hubiese ocurrido. Al menos por estos motivos. El novio iría al altar o al juzgado consciente de que iba a encontrarse con una hijita desde el principio y nosotras, acostumbradas a los tiempos que nos ha tocado vivir, ni siquiera nos hubiésemos quedado a una ceremonia en la que nada pintábamos. Me hubiese ahorrado el trago de la angustiosa agua de azahar.