jueves, 19 de abril de 2012

CON EL PORTÁTIL A CUESTAS ( Continuación...)


Mi querida Ana:


Han pasado cuatro días desde el episodio de los dulces y parece que todo se había calmado algo. Lo de que hubiese ladrones se quedó olvidado y también que existieran ratones selectivos para escoger los mejores dulces, pero mira por donde esta vez mi  amiga Sor Elena, se ha pasado hasta las antípodas.
Cuando me he levantado, la he visto sentada en el pequeño saloncito de recibir las visitas totalmente desencajada. Descompuesta. Se había echado la toca para atrás y estaba despatarrada, amarillenta verdosa, sudando, con una pose nada académica, enseñando buena parte de su muslada generosa mientras Sor Nieves y otra hermana, Sor Teodosia, la abanicaban con sendos cartones cada una sin lograr una visible recuperación mientras esta sor última bajaba el dedo pulgar hacia el suelo, puesta en emperador romano haciendo gala de su nombre, dándome a entender lo mal que estaba la pobre. Solo le faltaba decir “¡iúgula! y sentenciarla.
—Fíjate, hija —me ha dicho Sor Nieves—. Se nos ha puesto muy malita en la capilla. Ha vomitado dos o tres veces y yo creo que tiene “tocada” la vesícula.
¡Qué buena la monja…! ¿La vesícula tocada? ¡Ja…! La tiene que tener hecha una pandereta, golpeada y hasta machacada. Al oír esto y percatándose de mi presencia,  Sor Elena ha hecho ademán de cogerme la mano mientras me miraba con ojos vidriosos de moribunda para balbucear algo así de extraño:
—Nino eves…agg…paded. Mudoh piros ari an…¡E erooo, agg! Uca aass…¡¡Onto, onto e nino eechooo, oreee!!
¡Pobrecita y qué delirio, la pobre…! –ha dicho compasiva una de las abanicadoras.
¿Pobrecita? A mí no me la daba mi amiga la muy gorda y ahora casi agonizante Sor Elena. Lo tenía merecido y me he sorprendido no sintiendo ninguna lástima por ella y aunque  me ha costado entender lo que decía con sus pocas fuerzas, lo he descifrado enseguida y la verdad Anita, es que me he hecho la loca porque se merecía lo que le estaba pasando y no he aceptado su mano. La traducción la tuve clara: —“El Niño está del revés mirando a la pared. He comido muchos “Suspiros de Cary Crant”. ¡Me muero, aggg! (esto último se entendía muy bien). Nunca más…¡¡Pronto, pronto, pon el Niño al derechooo, correee!! “
–Pues, sí que está malita…Parece que delira —he respondido cínicamente al comentario de la monja y como si no entendiera  a la casi difunta.
 Pero no me he movido ni un ápice, hermana. ¿Tú crees que se puede reincidir en semejante falta? No sé cómo no se ha hecho diabética. Me miró con angustia mientras se la llevaban a su camastro a ver si así en horizontal se mejoraba, pero al final, han tenido que llevarla al hospital en una ambulancia porque se estaba tornando azul de tanto vomitar. Sin oxígeno, la muy glotona, con la nariz de color púrpura y los labios sin forma entre amarillos y morados. Ese momento -débil de mí- es el que yo he aprovechado para darme una vuelta por la hornacina de San Antonio y ver el triste espectáculo que formaban él y el pobrecito del inocente Jesús, como antiguos escolares  castigados cara a la pared…¡Imperdonable! El Niño, con restos de merengue rosado por su pequeña túnica. Encima, eso. ¿Qué hacer? He frotado la tela con un paño humedecido para limpiar los rastros condenatorios y los he colocado bien de nuevo a los dos pero con el firme propósito de obligar a mi amiga a una pronta confesión a la superiora en el mismo momento que regrese del hospital. En cuanto a los suspiros de Cary Grant …¡qué bruta! No había modo de tapar los huecos porque se había zampado toda una bandeja.
He decidido hacer la maleta y en cuando ella vuelva, marcharme. No me gusta ser cómplice de lo que no está bien y además, es que ya ha  pasado un tiempo prudente para que reemprenda mi camino después de lo bien que he estado en esta casa. Me va a dar mucha pena, la verdad, pero yo creo que no es mi sitio aunque aquí haya empezado a reencontrarme y a mitigar algunas de mis obsesivas angustias...

sábado, 14 de abril de 2012

Con el portátil a cuestas

Os dejo un fragmento de mi libro "Con el portátil a cuestas" Estoy que me falta nada para acabarlo y me he "engandulado" aunque ya tengo el desenlace más o menos previsto. ¿Recordáis cuando mi viajera mató de una pedrada a la cabra en una casa rural tratando de callar a un  gallo cantarín? Aún me duele y voy a ver si  resucito al animal más adelante. Pues mi protagonista todavía anda por ahí y fue acogida en su deambular por parte de unas monjas en un convento acabado de habitar en Morella...


            MISTERIOS EN EL CONVENTO

Hermana mía:
            Esta mañana al volver de dar un paseo tempranero por la iglesia de San Françes, me he encontrado sumergida en la casa convento dentro de un ambiente muy tirante. Todas las Hermanas estaban nerviosas y algunas hasta me han demostrado que tenían miedo. Resulta que esta pasada noche, las más madrugadoras, han podido oír ruidos extraños y para más intriga, San Antonio estaba vuelto del revés mirando a la pared en su pequeño altar y…¡faltaban dulces en la cocina!
            Fuerte misterio, Anita, porque como yo he salido temprano y rápidamente, no me he percatado  de nada. La superiora, puesta en detective y algo descortés por cierto, me ha hecho unas preguntas sobre mis creencias religiosas.
—¿Siente usted algún resentimiento contra el Santo, hija mía?
—¿Por qué, Madre, si ve cómo rezo con ustedes los maitines, laudes y todo lo que se tiene que rezar?
    —No sé…Yo soy consciente de que su novio la ha dejado por otra chica y eso puede prestarse a que tenga usted alguna desavenencia con nuestro San Antonio, preocupado siempre para que cada cual encuentre a su pareja y que le acompañe en santo matrimonio toda la vida, pero puede que no haya llegado su momento y él dispusiera que ese muchacho se fijase en otra. No debe guardarle rencor por eso porque faltaría usted injustamente a la manera de obrar del Santo.
¿Qué no ha llegado mi momento aún? ¿Otra muchacha? Llegó una fresca y se embobó el muy tontaina… ¡Vaya con la monja…! ¿Así de enterado está el patrón de los noviazgos para traer ante Luis a una sinvergüenza? No he dicho nada por pena. ¡Pobre mujer! He reaccionado bien y conteniéndome el genio ante la justificación que ha hecho de San Antonio con mi desgracia. Se merecía lo que le ha ocurrido y por mí, no lo habría devuelto cara al público.
—Madre, yo nunca me atrevería a poner al Santo castigado cara a la pared –le he dicho muy sumisa—. Yo no he sido y tampoco he oído nada que pudiera alarmarme cuando he salido y con la oscuridad, ni me he fijado cómo estaba colocado, ni tampoco sé nada de la merma de los dulces.
—Y ¿no ha desayunado bien antes de salir? ¿No ha tomado nada de alimento?
Estaba claro que la buena señora se estaba figurando que me había atiborrado a comer antes de ir a mi excursión. Eso me ha molestado mucho; más que lo anterior porque además, Sor Nieves y otra de las monjitas me estaban mirando como si fueran componentes del juicio final. Al fin y al cabo yo no soy una de ellas. Soy una intrusa a la que tienen alojada  por caridad, pero que ayuda para compensar en lo que puedo. Está claro que si tienen que dudar de alguien ¿de quién iban a hacerlo? La única que ha quitado leña al fuego ha sido mi fiel amiga Sor Elena, la monja joven, grande y gordita  que ha puesto un punto y final en las acusaciones solapadas que se estaban entendiendo.
—Nada…—ha roto con el interrogatorio—. Ya ha pasado. Esta noche, Celia y yo, montaremos guardia, Madre. Descubriremos a la persona que se atreva a entrar aquí sin más a romper el silencio de nuestra humilde casa y a ver por qué ha hecho esto o  si va repetir la hazaña. 
He aceptado pero de mala gana, la verdad, Anita. No me ha hecho ni pizca de gracia ser la principal sospechosa del extraño caso, pero si con eso iba a recuperar la confianza del resto de la comunidad y demostrar así mi inocencia, acompañaría a mi amiga.
Después de rezar Completas, que  es la última oración que hacemos, hemos recogido el refectorio y todas las monjas se han retirado. Bueno, nosotras no, como puedes imaginarte, constituidas en detectives ocasionales y una vez solas pasada ya la madia noche, Sor Elena me ha contado cómo fue lo de su vocación. Eso de encerrarse por gusto, nada. No le gustaba. Ella quería ser pintora y fue a la escuela de Bellas Artes en Valladolid con la ayuda de sus padres que andaban metidos en buenos negocios de zapaterías. Ya me parecía a mí que pintaba muy bien, que tenía soltura y era más que moderna, pero una vez allí, conoció a gente muy dispar, el mundo de la bohemia y muchas de sus vertientes. Vio que era difícil triunfar en la pintura y comenzó a fraternizar con algún que otro músico, con escritores, poetas…Simpatizó con un joven guitarrista que deseaba formar su propio grupo y su voz, la de ella, le gustaba. Allí que se le ofreció para hacer unas pruebas mi simpática amiga y, para acabar pronto, a escondidas de sus padres, se alió con el joven compositor y juntos anduvieron por esos tablados de fiestas cantando y ofreciendo lo que sabían con bastante éxito, según me contaba, siempre ante la total ignorancia de sus progenitores que ya le estaban preparando una sala de exposiciones para cuando ella quisiera volver con su arte pictórico a cuestas.
La historia se repite, querida hermana. Una pena. Un día de feria pueblerina por allá por Villaconejos de Trabaque, donde con su arte  cantaba todo lo bien que sabía, su compañero le presentó a una estilizada sustituta que era como un grillo con anginas que decía saber cantar Soul.
—¿Cómo es esto? —le dijo Elena—¿ Me vas a sustituir? ¿A qué viene esto?
—Verás, es que estás…algo gorda —le espetó sin más el muy ingrato—. El escenario vibra con tus agitados bailes y me temo que un día caeremos al foso de alguna plaza en cualquier pueblo. Necesitamos una silueta más grácil, más esbelta…más…
—¡Más provocadora y más putona…! —le espetó Elena aun reconociendo, según me dijo, que su peso les ponía en algo de peligro.
Vestida ahora de hábito, hacía que me quedase  impresionada de su valor en el improperio lanzado a la de la esbelta figura y me dijo que mientras soltaba estos insultos, le atizaba al guitarrista y compañero con el micrófono en plena espalda una y otra vez dejándolo con una doblez de alcayata de la que lo tuvieron que enderezar los mozos fuertes del pueblo sin lograrlo del  todo. Y con una chepa, dice triunfante, que se quedó.
Pero al llegar a este punto, sus ojos se han nublado y me he visto reflejada en sus tristes e inundadas pupilas, hermana, y lo que siento es no haber tenido por entonces con mi ex, la valentía que ella demostró  y no haberle dado a Luis con el móvil que tenía agarrado en ese momento con mis manos en su plena cabeza hueca e infiel.
Me contó que al principio, el convento, muy bien. No le importaba el trabajo de comunidad, la obediencia, los rezos, pero su alma de alondra viajera y  cantora, nunca mejor dicho, se ahogaba entre aquellas paredes silenciosas y todo ese entorno empezó a quedársele pequeño. Por eso, a escondidas, volaba. Componía letras y música; dibujaba lo que se le ponía a tiro con la idea de hacer ilustraciones y algún día esperaba que su talento fuera reconocido porque ya había vendido clandestinamente algunos dibujos y algunas  canciones y estaba esperando ahora que el arzobispado mandase un órgano para poder enfrascarse en su trabajo durante  esas horas de soledad en las que el resto de la comunidad estaba descansando confiando en que el gran grosor de los muros le sirvieran de cómplices. Sus sueños eran su gran liberación en las horas calladas. Ella había pagado generosamente los primeros enseres de vasijas y los ingredientes para comenzar esa pequeña industria pastelera en el convento y también todos los billetes desde Madrid a Morella para sus Hermanas de comunidad. Todo, con lo que había ganado en la arriesgada clandestinidad de sus actos.
¡Ay, Ana de mi vida y qué sospecha más clara tuve en ese momento de confidencias…! Se percató rápidamente de que mis ojos se abrieron iluminados con la lucecita de la solución al misterio de la noche anterior y me confesó lo que había ocurrido. Me llevó hasta su habitación con una sonrisa algo maquiavélica y una vez allí, se ató la toca con un cintajo a manera de cola de caballo; dejó caer la pesada falda de lana que formaba parte del hábito hasta los pies y se quedó con unos pololos ajustados que dejaban ver una pierna generosa. Luego, se descalzó. En un santiamén, agarró un enorme cucharón a manera de micrófono y…¡qué locura! Comenzó a proferir unos sonidos guturales entre español e inglés raro mientras se movía de aquí para allá y volteaba la cola de caballo —antes toca—como una posesa en sentido circular, que no me explico cómo no salía despedida como las hélices de un ventilador  por toda la habitación. Acabé jaleándola y marcándome algún que otro cantoneo de caderas, hermana, porque aquello tenía ritmo.
En el descanso, sudorosas las dos y jadeantes, me confesó que sintió algo de hambre en la media noche en una de esas actuaciones fantasmas y echó mano a unos cuantos dulces que remediasen el vacío estomacal de la madrugada y, como le daba apuro de que San Antonio la estuviera mirando en su desliz, lo volvió hacia la pared.
—Se me olvidaron dos cosas, querida Celia —me dijo—. Una, separar los dulces en las bandejas de forma que los huecos que yo dejaba no se notaran tanto. Lo he hecho varias veces. Otra…poner de frente al pobre San Antonio como he hecho siempre, porque lo de ayer no era la primera vez. Estas paredes tan gruesas han sido cómplices para mi arte desde que llegamos y no sabes lo que he sentido mi descuido porque de lo demás, no me arrepiento, que los dulces los trabajamos nosotras y la superiora, nos los escatima…Ni siquiera de no haber confesado la verdad antes cuando sospechaban de ti. Seguro que lo entiendes, amiga mía...
De piedra, Ana, de piedra me he quedado. No me he enfadado con ella, pero ¿qué hacer? Ya te contaré en lo que queda todo esto. De momento, mis simpatías por mi amiga han crecido porque pienso que es como un pájaro enjaulado y admiro su valor. Mal que se coma los dulces más recientes y los más requeridos por los clientes como son los "Cari Grant" que con tanto gusto bautizó así Sor Teodora a la que le gustaba este actor. Los pasteles son el medio de vida de estas pobres y adivino que el  estómago de Sor Elena no se contenta con dos o tres unidades, pero según me dice, lo que saque de las canciones algún día, lo donará para la Comunidad. No sé… Esto está raro para solucionar. 

(Continuará...)

Perlas del Segura