domingo, 21 de octubre de 2012

SÍNDROME DE LA HIJA MAYOR



Lo mío no es ponerme transcendente, pero me ha dado qué pensar la conversación de dos señoras conocidas mías que se quejaban —y una de ellas amargamente—porque su hija mayor no  toleraba en ningún momento lo que a ella le parecía que hacía mal su progenitora. Si hablaba algo más alto que de costumbre…-“Mamá, estás chillando”. Si estornudaba, -“Mamá, procura no estornudar cerca de los niños” Eso, cuando la mujer se ponía la mano delante de la boca en gesto inequívoco de buena educación. Amén de repetirle sin que la madre lo esperase: “Pero mamá…¿Qué tontería estás diciendo…?” Así y en muchas ocasiones, hacer callar a la madre sin venir a cuento haciendo que ésta acabara cortándose para terminar  guardando un silencio incómodo y hasta humillante por miedo a que la hija siguiera con aquellas observaciones en muchos casos, lacerantes.
La otra mujer, se quejaba de que le ocurría algo parecido. Cuando fue a visitar a su hija a cierto país europeo, fueron algunas vecinas a saludarla a ella y a su marido sabedoras de su llegada. Esta señora habla un inglés aceptable y llevó una conversación fluida con las amables vecinas intercambiando unas y otras historias y anécdotas acaecidas en el tiempo de ausencia. Les agradeció el dulce con que la obsequiaron y así acabó la visita. Mi conocida quedó muy agradecida con el detalle y lo quiso compartir con su hija a lo que ésta respondió:
—Pues tienen mérito porque no sé cómo han aguantado tu rollo. ¿Te dabas cuenta mamá, que hablabas tú más que ellas con tu inglés de pacotilla? Eres bastante pesada.
Contó que ya ni probó el dulce…
—Síndrome de hija mayor, —le dijo un psicólogo.
 A la hija mayor se le hace enseguida responsable del hermano/a siguiente, aunque sea para ponerle el chupete al neófito porque se le ha caído. Aprende pronto a no llorar cuando tropieza y se le invita a que se levante ella sola porque “es una niña mayor”. Come sin ayuda. Se le enseña a que ha de dar ejemplo y ser responsable recogiendo su habitación, ordenando sus cosas, bañarse o ducharse sola y hacer que poco a poco sus hermanos cumplan eso que a ella le aconsejan o casi le imponen en su educación. Ha de ser un ejemplo como hermana mayor aun cuando todavía agradecería unos brazos maternos para acunarla. Se quedó muy pronto sin la dulzura de ser “bebé” y lo curioso es que esa niña se siente satisfecha de su papel y esa “satisfacción” ya no la va a abandonar nunca…
¿Qué ocurre después? Pues que la figura de la madre se merma para ella. La autosuficiencia  va a ser su bandera y los “tropiezos” entre las dos, se van a dar con frecuencia. Ni se da cuenta. Su madre es ahora como una hija para ella y con frecuencia le quita la razón, discute y sin que se le proponga, llega hasta humillarla.
No es una actitud premeditada, pero ahí queda. Atrás quedaron las malas noches de la madre a los pies de su cama en las fiebres. El orgullo  para presentarla como modelo de hijas y, si encima era alumna escolar destacada y así se presentaba a quien quisiera oír, eso es algo que la hija  olvidó.
 Ya no verá en su madre más que a otra hermana (impositora) y en el trato de igual a igual, tratará de disminuir  los méritos de aquella aunque los reconozca y sean palpables y hasta el  envejecimiento materno con sus consecuencias, le molesta. La madre no tiene derecho a ser más sensible ni vulnerable y en esa visión, hace daño con su actitud.
Curiosamente, con el padre, no pasa nada parecido. Y hay excepciones, claro.

Perlas del Segura