Lo mío no
es ponerme transcendente, pero me ha dado qué pensar la conversación de dos
señoras conocidas mías que se quejaban —y una de ellas amargamente—porque su
hija mayor no toleraba en ningún
momento lo que a ella le parecía que hacía mal su progenitora. Si hablaba algo
más alto que de costumbre…-“Mamá, estás chillando”. Si estornudaba, -“Mamá,
procura no estornudar cerca de los niños” Eso, cuando la mujer se ponía la mano
delante de la boca en gesto inequívoco de buena educación. Amén de repetirle
sin que la madre lo esperase: “Pero mamá…¿Qué tontería estás diciendo…?” Así y
en muchas ocasiones, hacer callar a la madre sin venir a cuento haciendo que
ésta acabara cortándose para terminar
guardando un silencio incómodo y hasta humillante por miedo a que la
hija siguiera con aquellas observaciones en muchos casos, lacerantes.
La otra
mujer, se quejaba de que le ocurría algo parecido. Cuando fue a visitar a su
hija a cierto país europeo, fueron algunas vecinas a saludarla a ella y a su
marido sabedoras de su llegada. Esta señora habla un inglés aceptable y llevó
una conversación fluida con las amables vecinas intercambiando unas y otras historias
y anécdotas acaecidas en el tiempo de ausencia. Les agradeció el dulce con que
la obsequiaron y así acabó la visita. Mi conocida quedó muy agradecida con el
detalle y lo quiso compartir con su hija a lo que ésta respondió:
—Pues
tienen mérito porque no sé cómo han aguantado tu rollo. ¿Te dabas cuenta mamá,
que hablabas tú más que ellas con tu inglés de pacotilla? Eres bastante pesada.
Contó
que ya ni probó el dulce…
—Síndrome
de hija mayor, —le dijo un psicólogo.
A la hija mayor se le hace enseguida
responsable del hermano/a siguiente, aunque sea para ponerle el chupete al
neófito porque se le ha caído. Aprende pronto a no llorar cuando tropieza y se
le invita a que se levante ella sola porque “es una niña mayor”. Come sin
ayuda. Se le enseña a que ha de dar ejemplo y ser responsable recogiendo su
habitación, ordenando sus cosas, bañarse o ducharse sola y hacer que poco a
poco sus hermanos cumplan eso que a ella le aconsejan o casi le imponen en su
educación. Ha de ser un ejemplo como hermana mayor aun cuando todavía
agradecería unos brazos maternos para acunarla. Se quedó muy pronto sin la
dulzura de ser “bebé” y lo curioso es que esa niña se siente satisfecha de su
papel y esa “satisfacción” ya no la va a abandonar nunca…
¿Qué ocurre
después? Pues que la figura de la madre se merma para ella. La
autosuficiencia va a ser su
bandera y los “tropiezos” entre las dos, se van a dar con frecuencia. Ni se da
cuenta. Su madre es ahora como una hija para ella y con frecuencia le quita la
razón, discute y sin que se le proponga, llega hasta humillarla.
No es una
actitud premeditada, pero ahí queda. Atrás quedaron las malas noches de la
madre a los pies de su cama en las fiebres. El orgullo para presentarla como modelo de hijas y,
si encima era alumna escolar destacada y así se presentaba a quien quisiera
oír, eso es algo que la hija olvidó.
Ya no verá en su madre más que a otra
hermana (impositora) y en el trato de igual a igual, tratará de disminuir los méritos de aquella aunque los reconozca
y sean palpables y hasta el envejecimiento materno con sus consecuencias, le molesta. La
madre no tiene derecho a ser más sensible ni vulnerable y en esa visión, hace
daño con su actitud.
Curiosamente,
con el padre, no pasa nada parecido. Y hay excepciones, claro.