viernes, 9 de mayo de 2014

LA MORDAZA DE UN VIOLIN

Reconozco que en los tiempos presentes, muchos se han visto obligados a implorar una ayuda al lado más solidario de la gente y la mendicidad se ha extendido.
Sin embargo, hay desaprensivos que no dudan en sacar partido de esa situación y piden al abnegado viandante una ayuda para remediar las causas más variopintas. «Una moneda para llevar mi perro al veterinario». «Tengo hambre.» Y la imagen del flautista ocasional 'ciego', sentado en el suelo y, que una vez acabado su 'horario laboral', agarra su cartón-cojín y se va flauta en mano a esperar a que el semáforo le autorice el paso, mientras saluda con la mano a un coleguilla cercano para «saber cómo le ha ido».
Por Fallas, se llena Valencia de una colección de pobre gente tullida, tales como mancos, cojos y hasta hemos visto estos días atrás a un anciano con el torso desnudo a pesar del frío, sujetando con la mano un terrible bulto en su cintura del tamaño de un melón. Horrible y te apetece ayudarles ¿De dónde sale toda esta gente? Luego, está el insolente. Ese que insulta si no le das, que te avasalla no dejándote andar cuando su alimento no ha sido pan precisamente y le ha llevado a ese deplorable estado.
Valencia ya tiene sus pobres 'oficiales' españoles o no y la verdad es que esos no molestan y hasta se acalla la conciencia cuando le socorres con la migaja de un euro: La anciana gitana que sacó adelante a sus nietos huérfanos; ese mendigo laborioso, que hace bicicletas de latas viejas, o ese otro que semiescondido, arranca de su viejo violín las notas más dulces como un Sarasate venido a menos. No cito con éste a músicos ambulantes de los que suscitan tu compasión amargando el berberecho que acompaña tu caña esporádica, porque proliferan como moscas. No; me refiero concretamente a ese violinista que brindaba sus melodías apostado en el arco que une el Palacio Arzobispal con la Catedral y que era una delicia escucharlo. El otro día lo vi para mi sorpresa sentado en la Plaza del Ayuntamiento pidiendo para recuperar su violín que la policía le había requisado. Pasó de ser mendigo digno a ser un mendigo común. Es un hombre muy delgado, renegrido, con pintas de enfermo. Un artista a quién la fortuna o infortunio trajo desde su Rumanía natal hasta aquí, pero que en su pobreza, se dignificaba ofreciendo su arte y, para los que creemos que los mendigos no son todos de fiar, a éste yo le hubiera perdonado.
Pero le han quitado el violín con el que se ganaba la vida. ¿Es justo como medida disuasoria para que aleje de las calles su triste estampa? Puede. ¿Qué solución hay? ¿Debe devolvérsele su violín? No me gusta la mendicidad, pero en este caso dar un espacio al arte furtivo y volver la vista en este tipo de transgresiones tampoco es tan malo, así que opino que se debe quitar la mordaza a ese violín y que se lo devuelvan al artista.

(*)Carta al Director publicada en el periódico Las Provincias el día 06/05/2014 (enlace)

Perlas del Segura