lunes, 12 de enero de 2015

COMPASIÓN





Me estaba mirando con una cara...Tengo que contarlo aunque ni tengo tiempo ni muchas ganas de escribir de tan liada como estoy. El caso es que yo no quería pero se empeñó y, a media tarde, con el silencioso plan de dejarme tiesa de susto, apareció con un hermoso pavo que debía pesar nueve o 10 kilos. O más. Un tanque de pavo.

Dijo que lo había traído en un saco atado de patas y con un caperuzón negro para que no armara escándalo,  (el pobre animal, debió sentirse como un halcón ciego) y para no llamar la atención a los vecinos de la finca que entraban y salían con sus compras navideñas.

¿Un pavo vivo? ¡Maldita sea la costumbre de sacrificar a estos animalitos por Navidad! ¿Quién iba a sacrificarlo? Mi ex alumno me dio todas las pautas, normas, consejos...Era fácil.

La cara de horror de mis nietos la tengo clavada en el hígado, que creo que es la víscera que más sufre con los sobresaltos. Los latidos del corazón se me bajaron hasta la planta de los pies y se escaparon por mi dedo gordo envueltos en pena y conmiseración ¡Matar un pavo...!

Como a los toros nobles, el animal fue devuelto al corral, perdonado. En cuanto a mi ex alumno, ¡qué cabrito! Total, porque una vez les explicaba las excelencias se la carne de ese animal y quería saber si yo era capaz de matarlo.

Cenamos merluza rellena que también es un animal, pero no mira de la misma forma y encima es poco expresivo. Mis nietos, siguen queriéndome y el corazón me va latiendo a su ritmo normal.

Perlas del Segura