Dice mi hijo que el dolor anímico, el sufrimiento, es como una gota de aceite sobre la superficie del agua. Allí está: compacta y dominante. Si te propones que se diluya y la agitas, la gota se divide en otras muchas más pequeñas que a veces parece que vayan a perderse abrazándose aquí y allá en el imaginario recipiente que contiene el agua para camuflarse en la claridad de ella. Se mueven en el grasiento baile para hacernos creer que han menguado y con ellas el sufrimiento simplificado con la emulsión.