Mi ex alumna Celsa con la que nunca he perdido el contacto, la ayudante más activa y genial que tuve en el colegio, con sus coreografías originales y extrañas en las fiestas de fin de curso, me llamó ya tarde. -Me voy a morir y no quiero estar sola…-escuché a través del móvil.
-¿Qué te pasa, cielo?
-Esta vez me he tomado un tubo de pastillas y estoy nerviosa.
-Lo que estás es algo tonta –le dije sin poder remediarlo porque Celsa, ya lo había intentado otras veces sin mucho convencimiento.
Cogí el coche por si aquel cuentecillo del pastor y el lobo se repetía y cuando llegué a su precioso ático, la encontré casi a oscuras, hecha unos trapos, medio desnuda con una especie de camisón corto, transparente y con sus enormes pechos de silicona, asomando casi al total por el escote.
-No me riñas hoy que soy una desgraciada…Nico, me ha dejado. Me quedé de una pieza. Me contó entre sollozos ahogados que Doménico, el chico italiano que vive con ella desde hacía casi dos años y que ha sido el hombre que más le estaba durando, se había ido y no había vuelto cuando debía. Afable y cariñoso, yo creo que la quiere sinceramente. Bien es verdad que no sé quien cuida a quien, porque con la excusa de que tiene que atender a su otra familia y no le sobra un euro, vive en el precioso piso de Celsa, va vestido y calzado impecable con las firmas que ella le compra y cuando tiene que cortarse el pelo, lo manda a Llongueras porque es donde mejor entienden su óvalo de cara. Pero es buen compañero y la respeta. Le perdona sus cambios de humor y sus histerias y Celsa, lo adora.
No entiendo qué ha podido pasar, porque cuando ella llega a casa de su bar de copas a la una o las dos de la mañana, Doménico duerme y cuando él se levanta para ir a sus compromisos de comercial, es Celsa la que se queda descansando. Quizás el fín de semana no fue bueno...
-¿Qué has tomado?-le pregunté algo más que preocupada atendiendo al serio motivo.
Me señaló un tubo de Sedergine, una especie de aspirina efervescente totalmente vacío. Cuatro pastillas se había bebido diluidas y cuando leí que el salicílico solo llegaba a trescientos miligramos por pastilla, me tranquilicé. Hice mi multiplicación mental y pensé que mil doscientos miligramos de salicílico, no iban a matarla.
- ¿Y…?- quise saber
-El lunes, mi Nico se levantó con ganas de pelea y se fue con un portazo. No me dio el beso de despedida y se quejó por todo: por el pantalón sin raya, por los zapatos con polvo, porque no metí un paquete nuevo de leche en la nevera....No soy un dios…Tengo mis fallos.
-Eso pasa en todos los matrimonios, en todas las parejas, pero no son motivos para que te deje plantada y si no que haga él esas cosas…¿no entiendes que un mal momento lo tiene cualquiera?
-Ya…Pero estoy segura que tiene un lío. Salió de la habitación para hablar por el móvil y cuando volvió, ya no era el mismo.
-Sería por algún hijo. Alguna noticia de su otra familia…
-No. Eso suele contármelo. Pero no…
Se tapó la cara con las manos y rompió a llorar. No sabía qué decirle y opté por prepararle un vaso de leche bien lleno para que su estómago maltrecho por la aspirina se entonase un poco.
-
Soy una desgraciada con mala suerte. -¿Cómo dices eso? Estoy convencida de que vuelve. Primero, te quiere y en otro plano, ¿dónde iba a estar mejor que aquí, cómodo y mimado sin faltarle de nada?
Me miró con sus ojos gatunos rasgados de quirófano y apretó sus picudos labios rellenos de bótox con un gemido. Luego, me dijo con amargura:
- Es una maldición…lo sé. No encontraré nunca un amor duradero. Me lo dijo mi padre harto de vino, pero me lo soltó: “Siempre estarás solo, hijo mío…Solo...”
La abracé y la apreté contra mí. Me rompió el alma cuando la oí usar un masculino que nunca nombraba, porque antes de que sus hermanos unieran sus ahorros para hacerla feliz y la operasen, Celsa, se llamaba en realidad Juan Carlos...