He cambiado El Cupidón que iba paralelo a mi seudónimo de Perlita y he puesto una foto mía del varano pasado porque si hubiese esperado al venidero, seguro que se me podrían haber contado algunas arruguillas más y eso, no.
Ya soy una perlaza en vez de una perlita pero bueno, sigo. Lo de ese angelote pudoroso -aunque no se le ve entero- tapando sus intimidades con el extremo de su hermosa ala derecha, ya tenía ganas de licenciarlo con permiso de su autor Wiliam (o Adolphe) Bouguereau.
Siempre me encantó este autor con sus cuadros de ángeles con una piel nívea y deidades mitológicas desnudas que parecen vayan a saltar del lienzo por su realismo. Recordemos El Nacimiento de Venus. Precioso.
Pero en los últimos carnavales, festejo que nunca me ha gustado demasiado, me encontré en dirección contraria a la que yo iba, con un montón de cupidones, bacos, ninfas aladas y angelotes con coloretes exagerados, que si bien iban perfectamente caracterizados, la figura grotesca de unos cuantos componentes de esta comparsa, con unas barrigotas (creo que más de una de ellas naturales, sin relleno) daba grima. Grima, asquete, repulsa... Como se quiera entender y decir.
El más grande de todos estos cupidos, puede que con más de 110 kgs. de peso y casi dos metros de estatura, se acercó hasta donde nos habíamos quedado algunas viandantes mironas y nos acercó unos flautines de caramelo que sonaban y todo. El mío, no llevaba envoltorio porque se le cayó delante de mis narices. Lo cogió el gigantón y se empeñaba que yo hiciera sonar el silbato...
¡Puagg...! ¡Qué asco...! Lo siento. Si al menos hubiera conservado el envoltorio, puede que lo hubiera intentado, pero se impone hacer una pequeña secuencia de lo que vi.
Este hombre, llevaba la malla rosa que le hacía parecer desnudo, mojada totalmente por el sudor. La espalda estaba como si se hubiese metido en una ducha y no se hubiera secado y por eso, el sudor le bajaba hasta el centro de sus posaderas haciendo que se le notase un reducido tanga que se le tenía que estar clavando en la carne como un cilicio. El agua del pecho, se confundía con la de sus axilas. La cara chorreaba y de la especie de mosca que tenía por barba bajo el labio inferior, colgaban unos restos blancos como si hubiera comido merengue.
Las alas eran espectaculares, muy bien logradas, pero la que debía tapar...sus vergüenzas, como dicen finamente en mi tierra, se había desprendido y, francamente, las vergüenzas no andaban muy disimuladas y en ese lugar brillaban dos o tres imperdibles descarados y grandes, que si alguno se hubiese abierto...no quiero ni pensar lo que hubiera sentido el pobre cupido y encima, se quedó allí, como único testigo de que hubo un intento púdico, una pluma generosa que le llegaba a medio muslo.
Yo no sé si lo que le caía de la nariz era sudor o mocos o ambas cosas...Tiré la trompetilla-silbato en la primera papelera que encontré y me propuse, en cuanto pudiera encontrar una foto mía en la que más o menos se disimularan estas arruguillas insolentes que me van acompañando, cambiar a Cupidon por mi cara agradeciéndole los servicios prestados.