El eslogan de la campaña navideña de unos conocidos grandes almacenes reza últimamente “Regala Navidad”
Me he traído a mi hija de seis años en cercanías desde Majadahonda solamente para enseñarle el Belén que ponen cada año. Ayer estaba tan emocionada con la idea de ver una maqueta de ese tamaño que me costó horrores meterla en la cama.
Hemos llegado a nuestro destino. Al lugar que se postula como el mejor sitio para hacer realidad los sueños de los más pequeños, donde encontraremos esos detalles con los que expresaremos a nuestros seres queridos nuestros mejores deseos: Paz, prosperidad, amor… Espera. ¡Este año no han puesto Belén! Tiene que ser un error.
Pero no. Este año no hay Belén.
En su lugar hay una macro exposición de Barbie con los modelazos que han confeccionado para ella los más importantes diseñadores de todos los tiempos. Yo tengo como mil Barbies y sueño con tener su vestuario, pero eso no quita para que tenga muy claro que, de ser una persona real, esa muñeca tendría los valores navideños de “Sexo en Nueva York”. Oiga, yo venía a “Regalar Navidad” a mi hija. Me siento estafada.
Después de superada la decepción de saber que no vería al Niño, ni a los pastores, ni los saltos de agua, ni al “caganer”, mi hija se consuela deprisa. Al fin y al cabo es una niña de seis años. “La Barbie” estará bien, me dice. ¡Más qué bien! ¡Qué suerte, mamá!¡La Barbie!
¿Cómo que estará bien? Me pregunto, y me encuentro con el dilema de si coger mi cercanías de vuelta a casa o subir a la niña hasta la cuarta planta para que se empape de este nuevo espíritu navideño que ni tiene espíritu, ni es navideño.
Al margen de que uno sea o no religioso, pienso, la Navidad es lo que es. No puede cambiarse porque pierde su naturaleza. Porque resulta un engendro travestido en otra cosa que no tiene sentido.
Llevo aquí veinte minutos y tampoco escucho Villancicos: Ni cursis, ni angelicales. Ni si quiera los de Luis Cobos.
A estas alturas se me ha puesto la piel de gallina.
Se me antoja que el concepto de Navidad de estos señores está vacío, y “Regala Navidad” solo me sugiere “Compra Algo. Cualquier Cosa.” No soy una ingenua y sé bien que un negocio no es una ONG. Yo también me pongo una venda en los ojos y entro en la rueda de comprar cosas a diestro y siniestro cada Navidad. Solo era cuestión de tiempo que alguien decidiera que los valores navideños ya no interesan ni para aumentar las ventas en tiempos de crisis.
Aunque no soy mucho de hacer propósitos de año nuevo, voy a hacer uno para el año que viene inspirada por las lumbreras del márketing de este establecimiento: Las próximas Navidades visitaré el mercadillo de la Plaza Mayor, compraré todos los regalos en entidades de comercio justo y llevaré a mis hijos a visitar un ropero de caridad o puede que, incluso, un comedor solidario.
Los padres y madres preocupados por la educación de sus hijos, cada familia, cada ser humano, debe vivir, en mi opinión, conforme a valores de generosidad, honestidad, responsabilidad y solidaridad durante todo el año si se quiere un mundo mejor. Nadie lo consigue, es cierto, pero ignorarlos a priori, perderlos de vista como objetivo, es abrazar el conformismo y la falta de fe. Y, que me corrija quién esté en desacuerdo, pero me parece a mí que la desesperanza nunca trajo consigo nada bueno.