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Mi hija pequeña es bióloga. Eso no le da de comer pero...¡cómo disfruta con todos los animales que le caen alrededor! Además tiene los suyos propios : Un acuario con una veintena de peces; una tortuga que se llama Sombra y que ahora no se le puede molestar porque está como tonta esperando la primavera y no está para fotos.

Un caballo frisón hermoso al que le ha sacado una doma fantástica. Un águila de siete meses con la que se pasea por el campo y que aunque parezca que se pierde, llega hasta el guante cetrero con solo chistarle.
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Y luego, tiene a Carbón, aquel perro negro como un mal pensamiento, que es pesado de tan cariñoso, que un buen día me siguió por un parque arrastrando su pena de abandono, sus lágrimas de puñales, hasta que me convenció. ¡Pobre chucho! Ahora que ya es de la familia aunque viva en casa de mi hija, me martirizo pensando qué habría sido de él si me hago la dura...
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Para terminar, al delfín no lo tiene en casa, pero le gustaría. Sabe un montón sobre estos simpáticos bichos y los adora. Ha hecho cursos y los ha dado donde se lo han pedido sobre sus costumbres, sus manías - que las tienen-y ese instinto que les hace caer bien a cualquiera. Aún tiene marcas de quemaduras en la espalda porque el pasado verano, estuvo como voluntaria cuidando a un bebé delfín, metida muchas horas en el agua, alimentándolo, ayudándole a desplazarse y aunque fue en el Oceanográfic, nadie supo qué dolencia tenía y al final, se murió. Del duelo que le hizo...mejor no contarlo.

Suele decir, que los animales son mejores que algunas personas...Y más fieles...Y más agradecidos...Y que tiene que haber algún lugar donde se reunan sus espíritus inocentes con sus cargamentos de ternura después de muertos...