
En el blog "La maldición de Capistrano", hablaba desde esa su cueva, mi admirado señor De la Vega sobre el cuento de la Caperucita entre otros y decía poco más o menos, lo que cambian las versiones. A veces esos cuentos no tenían nada de infantiles y sus autores no tenían empacho en relatar las maldades de sus protagonistas y de todos aquellos que los rodeaban. El servir en bandeja los despojos del ladino lobo a nuestra inocente y desobediente niña, o la alusión a la abuelita destripada por tan maligno animal, o cómo en otra historia, la bella Rapuncel no era más que una lasciva de mucho cuidado a la que hubo que encerrar en la torre como purga por sus casquivanas veleidades, nos da idea de que no somos ahora mucho más malos en nuestra inventiva que aquellos retorcidos y famosos recopiladores y autores de cuentos"infantiles".
Luego pasa, lo que pasa y es que ni de lejos podemos ver a una madrastra porque de antemano ya sabemos que es una malvada mujerzuela capaz de hacer embutido con sus desgraciados hijastros por poner un ejemplo. Personajes maltratados.
Mi nieta -de cinco años- nos llegó diciendo que la tía de su mejor amiguita, tenía un novio que era ...¡un ogro!
-¿Cómo es eso, hija? -quisimos saber.
-Es muy grande, "abueli" y tiene un solo ojo enorme blanco y una boca grande, grande, también...Seguro que es malo.
¡Ya estamos con los poderes maléficos de la propaganda "cuentil"...!

Como puede suponerse, mi curiosidad se disparó. Conozco muy bien a las protagonistas de la historia, lo mismo a la amiga de mi nieta y también a la tía, una encantadora señorita, algo marcada porque debe andar por los cuarenta y tantos, soltera hasta lo que yo sabía y que solía dejar a sus sobrinitos en el colegio aprovechando la cercanía a su trabajo y a su horario. Muy sociable y simpática...¿Un ogro? ¡Santo cielo! Encima de tener el arroz algo pasado, va y se conquista a un ogro...¡Pobrecita!
Esperé la hora de recogida de niños algo impaciente, lo confieso. Llegué pronto pero mereció la pena. Ella llegó acompañada de su ogro particular. A golpe de vista, tamaño de ogro, total. Un ogro encorbatado e impoluto que miraba embobado a su acompañante, con sonrisa justa de medio bies. Se veía flechado por la ilusión y correspondí desde lejos al saludo amable de la chica sin dejar de observar -con disimulo, eso sí- a su acompañante. Luego, se acercaron...y me lo presentó y menos mal que sin la presencia de mi nieta porque obviamente, la criatura, no lo vería como yo. El hombre, de casi dos metros...era tuerto, pero hasta el parche del ojo, le daba un aire...Bueno, muy bien. Sobresaliente alto. No llegaría a matrícula de honor por culpa de ese ojo ausente, pero casi. Algo así como una mezcla de Jhon Wayne en su mejor época y de Hugh Jackman en la actual...
¿Qué le digo a mi nieta? -Mira, nena, un señor tuerto, no tiene que ser un ogro forzosamente y la boca de este señor, no es grande, hija. Es una boca justa, sonriente y felíz de dentadura natural impoluta o que no baja de los treinta mil euros, que también es buena señal...
Mejor parche, interesante, incitador a la curiosidad, para saber qué escondida e interesante historia se esconde detrás, que un ojo de cristal, inerte y siempre padeciendo de admiración y sorpresa bobalicona y eterna (el ojo falso, claro.)
Ya me enteraré de cómo se han conocido...(¡Vivo sin vivir en mí!) Y me alegro por la tía de la amiguita de mi nieta y en cuanto tenga ocasión y sin su Adonis tuerto delante, la felicitaré sincera y efusivamente en su alegría que se le sale por los poros y con razón. Seguro que me cuenta...
Voy a inventarme alguna historia sobre ogros que cautive a mis nietos a ver si de una vez por todas aplasto el maleficio sobre estos personajes. No hay derecho a maltratar a estos seres y sus derivados...