domingo, 6 de septiembre de 2015

EFUSIVIDAD

Me acuerdo con mucho gusto de un pequeño librito en el colegio sobre urbanidad que nos iniciaba a mis compañeras y a mí en el arte de saber cómo comportarse en la vida. Para completar la  educación que nuestros padres se esforzaban que adquiriésemos, en una palabra.



A través de dos protagonistas, Anita –la niña a seguir como modelo–  (la otra era Leticia, un auténtico desastre) aprendíamos a poner una mesa debidamente: la colocación de los cubiertos y su uso, las servilletas, el pan y hasta el lugar en que debían sentarse unos invitados a ella atendiendo a su categoría, edad o parentesco.
Anita no mordía nunca el pan y solo partía el trozo que podía meterse en la boca. No “se pasaba” en el uso del cuchillo y el tenedor porque las cosas de poca consistencia como las tortillas, el huevo frito y más, no necesitaban ni necesitan de cuchillo.
Otro apartado era lo de ocupar asientos, las entradas y salidas de un recinto, ceder una derecha o el centro al más caracterizado en un paseo o bajarse de una acera por el mismo motivo si la cosa se presentaba.
Luego, estaban los saludos. Complicado. Ahora, con un suave choque de mejillas y a veces el ruidito sordo de un falso beso, el saludo queda de lo más sencillo y hasta afectivo. Antes, no. Nada de besos al varón. 
Si eras una chica joven, casada, prometida, de mediana edad o mayor, el protocolo era distinto. Ni pensar que un chico alargase la mano a la señora casada o mayor si ésta no iniciaba el ademán. El otro se inclinaría un poco hacia la señora que le adelantaba el brazo hasta estrechar esa benévola mano y que a veces estaba enguantada.
Entre jóvenes daba igual quien alargase la mano primero y era curioso cómo una vez entrelazadas, subían y bajaban tres o cuatro veces como si con eso adornase el encuentro de los presentados o ya conocidos.
Se nos hacía saber que el estrechar las manos debía hacerse con generosidad. Nada de dar una mano blandengue o con punta de dedos. No estaba bien. Había que apretar cálidamente y transmitir con eso un protocolario afecto que quedaba muy rebién…
A propósito... A propósito de estos saludos es donde quería yo llegar…Pero es mucho para una entrada de blog. Ya sigo en otro momento que luego me “enrollo” demasiado. 




6 comentarios:

Común dijo...

Buen día!!!

que entrada parecida a la que hice hace unos días, también recordando un libro que leí en mi infancia, jijiji claro con historias totalmente distintas, pero al fin con la misma moraleja, que importante son los libros...........Un abrazo de oso

Común dijo...

Hola, me haz hecho recordar a nuestra trágica bahía de samborombon .....un abrazo de oso

Común dijo...

uyy este último es para otro blog y quedo abierta tu ventana, eliminarlo por favor y perdón...

Sor.Cecilia Codina Masachs dijo...

Cierto Carmen, hasta mi abuela tenía un libro donde hablaba de cómo escribir una carta, según su destinatario.
Eran otros tiempos, no sé cómo hemos educado hoy.
Un abrazo

Carmen Sabater dijo...

Amigas Común y Sor Cecilia. No sé dónde se fue mi contestación, pero repito:
Pues sí. Eso de que desaparecieran aquellos libritos llenos de normas de conducta y buen hacer, fue una pena. No estaba de más literatura sencilla que nos recordaran que las conductas han de ser magníficos complementos para las personas, por eso: porque son personas.
Un beso, paisana y Sor y a ver si retomo el blog porque lo necesito.

valdamacdowell dijo...

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