No se puede negar que entre el tío Saín y el tío Garrampón, a muchos nos amargaron parte de nuestra infancia y fueron los culpables de muchas de nuestras noches de insomnio. Fueron aquellos personajes fantásticos los que a veces te impedían entrar en una habitación a poco que estuviese en penumbra porque esperábamos encontrarlos en cualquier rincón o a nuestra espalda.
Las antiguas casas de mi pueblo, no ayudaban precisamente a que fuésemos una generación de valientes, con aquellas cámaras que retumbaban a cada paso que dábamos y con aquellos recuerdos de familia tan guardados para no sé qué, si cuando se habían puesto en ellas, auténticos trasteros dignos de un museo, era porque estaban condenados al olvido por feos, por viejos o por inservibles, pero allí estaban. Una vieja artesa, a la que le faltaba una tabla lateral en espera de ser reparada, pero que costaba más esa tabla que una nueva artesa. El arca, que no había quien la moviera, que estaba llena de pequeños agujeritos de carcoma, y que te amenazaban de que si la abrías, la tapa, podía dejarte sin cabeza. Además...¿quien te decía que allí no estaba el esqueleto de algún desconocido que la familia quisiera ocultar? En nuestra imaginación, todo cabía. Y el retrato..No podía faltar el retrato de alguna tía abuela muerta en juventud, y que fueras donde fueras o mejor, donde te pusieras, siempre te miraba con esa cara tan impenetrable y los ojos tristes con los que te miran los personajes de las fotografías antiguas. Peor si la foto era de boda porque entonces, te miraban los dos. Él, sentado, con las manos en las rodillas y la esposa, de pie -que para eso había nacido mujer- con su mano sobre el hombro de su amado como para dejar constancia que sería su apoyo ...
En la casa de mis abuelos paternos, se tenía especial interés en que no subiéramos a las cámaras porque la escalera, oscura, con escalones altos y de piedra negra que la hacía más tétrica, era un auténtico peligro, pero no éramos precisamente obedientes y durante mucho tiempo, subíamos cuando nos apetecía a jugar con los cientos de cosas guardadas que hacían nuestras delicias. En un hueco, tras una cortina, que a todas luces aquello hacía las veces de un armario, estaba un uniforme de mi abuelo, pero tan bien colocado, que solo parecía que faltase mi abuelo dentro, solo que el pobre, había muerto algunos años atrás e imponía verlo solo y vacío. Nos acostumbramos mis primos y yo a tan solemne acompañante y jugábamos sin importarnos aquel atuendo parte ya de la cámara miedosa y solitaria, cargada de recuerdos y nos divertíamos sin más... pero no se nos ocurría subir solos. Por lo menos a mí.
1 comentario:
Realmente, leyendo tu relato, vino a mi mente escenas de películas de miedo, donde esas cámaras o buhardillas estaban repletas de tantos artilugios empolvados, que eran suficientes para desatar la imaginación infantil.
Sin duda un lugar inigualable, para jugar y soñar!.
Perlita, espero tu visita y comentario a mi blog, pues hay un último post recién horneado, ya me dirás qué te parece.
Mientras tanto, recibe un abrazo!
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