domingo, 6 de enero de 2008

Ser caritativo...

Aquel día mi madre, como otras muchas veces, me había dicho que no me entretuvise y que fuera directa a casa después de las clases. Era ya cosa sabida que no iba a pasar nada si me demoraba un poquito y fui haciendo meandros como un río, mirando escaparates, charlando con alguna que otra compañera que me encontraba y dejando pasar el tiempo y retrasarme así casi una hora hasta casa desde mi salida del colegio. Me equivoqué. Sí que pasó porque mi madre se preocupó por la tardanza y estaba esperándome en la esquina donde mi calle empezaba.

Con su mirada, ya lo dijo todo. Mis compañeras vecinas ya habían vuelto desde hacía una hora y mi desobediencia tenía mucho de descaro después de su ruego de que volviera lo antes posible. Perdió su turno en la consulta del dentista y cuando a otro día la vi lucir un magnífico flemón, sentí una pena y tal sentimiento de culpabilidad que hubiera deseado tener yo aquel bulto enorme en mi cara adolescente. No me hablaba y el silencio que yo adjudiqué a su enfado, era por culpa de aquella inflamación que no la dejaba abrir la boca. Le pedí mil veces perdón y ella asentía sin proferir palabra.
Fregué los platos, el suelo, limpié el polvo e hice sin que me lo mandase toda aquella faena casera que ella no había podido hacer por culpa de su malestar. Al fín, cuando ya mejoró y como la mejor madre que era, me estuvo razonando sobre lo que era ser responsable y obediente.
-¿Cómo lo hago, mamá?- le pregunté con mi más fervoroso propósito de enmienda- se me olvidan las cosas que debo hacer bien...
-Es cuestión de entrenarse...Hacer algo que te cueste para bien de los demás...Ponerte en su situación...Tú verás. Aliviar el sufrimiento ajeno es algo que da satisfacción...
No olvidé sus consejos y decidí que debía ser más responsable y pronto empecé a mirar a mi alrededor para tratar de descubrir en qué parcelita podía ubicarme para ayudar allí donde debiera.
Pronto se me presentó la primera oportunidad. Un hombre ciego, agitaba su largo bastón en una acera en claro gesto de cruzar la calzada. La gente pasaba sin percatarse de la necesidad del invidente y yo me apresuré a llegar hasta su lado.
-Hola...-le saludé- yo lo cruzo, señor... Y agarré su brazo y lo dejé a salvo en la acera contraria.
-Gracias, bonita -me contestó amablemente el hombre...
Me fui a casa como con alas en los piés por haber hecho aquella acción y mi madre ponderó el gesto satisfecha.

Llegó el domingo y acudimos las dos como siempre a misa mayor. Delante de nosotras, estaba arrodillado el hombre ciego que había auxiliado hacía unos días.
-Es ese hombre, mamá -dije a mi madre a su oído.
Ella asintió sin más y, llegado el momento de la Comunión, y entre mucha de la gente que se levantaba para ir al altar, estaba también él. Empecé a sufrir. Iba con su bastón por delante, algo recogido para no dar a nadie obviamente, hasta que se me perdió entre los que iban yendo al altar. Cuando pude distinguirlo, no lo pensé. Me levanté ante la buena acción que se me presentaba, me dirigí hasta él y cogiendo su brazo, lo puse derecho hacia el comulgatorio, porque se iba desviando hacia donde no debía y lo acompañé para que recibiera la Forma. Sin esperarlo, volví a mi sitio confiando en que alguien le ayudaría también a él a volver al suyo, pero me equivoqué. Dando palos de ciego, nunca mejor dicho, el hombre volvía a desviarse y se iba para un lateral de la iglesia...
-Pero...¿qué le pasa ahora?- pensé -¿está tonto éste?- me impacientaba- se vueleve sin comulgar...
No me rendí, así que ante la cara divertida de mi madre, me aseguré el velo, me fui hasta el ciego y esta vez, lo agarré con todas las fuerzas que pude hacer y luchando con las suyas, porque se resistía, intenté darle media vuelta camino del altar de nuevo...

-¡Oiga...!-me gritó de forma que pudo oírlo mucha gente de la parroquia - ¿Está loca? ¡Déjeme en paz, que me ha hecho usted comulgar dos veces y me quiero ir a la salida y se empeña usted en retenerme...! ¿Cuántas veces quiere que comulgue?¿Hay algún policía por aquí...?

De la vergüenza que pasé, fue testigo mucha gente. Mi ansia de ser buena , se había evaporado y la sonrisa malévola de mi madre, fue como un latigazo en la cara. Luego, me consoló, pero...Tardé mucho en contabilizar otra obra de caridad...

7 comentarios:

Sibyla dijo...

Ja,ja,ja.
Qué divertida historia Perlita.
El que más y el que menos, acumulamos
de nuestra adolescencia,anécdotas simpáticas, con situaciones bochornosas incluídas.

Saludos, te espero por mi blog!

Perlita dijo...

¿Por qué no recordar las cosas graciosas? La verdad es que lo de ser muy buena...Gracias una vez más por leerme.-Un beso

Maribel Sánchez dijo...

Serán ratos mucho más que agradables los que me detendran en tu blog.

Gracias por tu visita al mio y me alegra saber que has conocido mi tierra. Un fuerte abrazo

Anónimo dijo...

Aunque no lo creas, esta anécdota se la contaba a una amiga hace bien poquito, precisamente hablando de que eres tan buena que a veces "te pasas".

Perlita dijo...

Gracias, Maribel, por leerme. Ya escribire algo sobre mi etapa por tu tierra...Te volveré a visitar.

Perlita dijo...

¡Hola Teseo! No te creas que soy tan buena. Lo intento...¡ pero me pasa cada cosa!Un besazo, moooso...

Perlita dijo...

¡Hola Sibyla! No creas que no me da apuro cuando recuerdo la situación, pero como yo quería ser buena...Un beso y hasta pronto.

Perlas del Segura